Lee Iacocca (1924-2019)

Patriarca de la industria automovilística

Tras su abrupto cese como máximo ejecutivo en Ford, triunfó en Chrysler

José María Ballester Esquivias

Tiempo le faltó al joven ingeniero industrial Lee Iacocca para despuntar: en el otoño de 1946, pocas semanas después de haber empezado a trabajar en Ford, con 22 años y recién graduado de Princeton pidió -y obtuvo- el traslado desde un departamento acorde con su formación al de Marketing y Ventas y así poder satisfacer su deseo de trabajar con personas antes que con máquinas. Un método idóneo para saber detectar en el momento oportuno las pretensiones y capacidades financieras del cliente, punto clave de una «filosofía» que convirtió a Iacocca en un referente de la industria automovilística contemporánea. La primera puesta en práctica está fechada en 1956. Ese año, Iacocca ideó la campaña «56x56», que posibilitaba la compra de un Ford 1956 con una cuota mensual de cincuenta y seis dólares a pagar en tres años. El éxito alcanzado propulsó a Iacocca a la Vicepresidencia de la empresa en 1960, como sucesor de Robert McNamara, que había sido llamado por John Kennedy para desempeñar el cargo de secretario de Defensa.

Iacocca utilizó esta nueva atalaya para revolucionar el mercado a través del lanzamiento del Ford Mustang, que había sido diseñado en unas discretas reuniones celebradas en un hotel para asegurar la confidencialidad necesaria a cualquier novedad impactante. Así lo ordenó Iacocca. De nuevo, el objetivo fue alcanzado: su original apariencia a la par que sencilla, su palanca de cambios situada en el suelo -otra importante innovación-, su peso ligero y, por supuesto, su precio asequible le convirtieron en el modelo más deseado por la clase media de los años sesenta. Este nuevo triunfo allanó el camino para modelos igualmente populares, como el Escort, y permitió el resurgimiento de otros, como el Mercury. Sin embargo, Iacocca también experimentó el fracaso: los defectos de seguridad del Ford Pinto -la excesiva cercanía del depósito con el eje trasero o la mala calidad de la carrocería- fueron la causa de muchos accidentes; a lo que se añadió, en un primer momento, la torpe reacción de Ford para con los clientes.

Con todo, este tropiezo no fue el motivo del abrupto cese de Iacocca como máximo ejecutivo de la marca en 1978. Lo fueron sus crecientes tiranteces con Henry Ford II, pese a haber logrado un beneficio de dos mil millones de dólares. Fue el gran competidor, Chrysler, sumido en una grave crisis, quien se hizo con los servicios de Iacocca, que logró sacar a la marca del atolladero gracias a sus dotes para la creatividad -ahí está el Voyager, primer monovolumen- con adquisiciones acertadas -la de American Motors, en plena expansión del Jeep Cherokee-, pero también con una inyección de mil quinientos millones procedentes del erario público, a los que, como buen proteccionista, no hizo ningún tipo de ascos. Los ochenta fueron, asimismo, la época de mayor popularidad de un Iacocca que protagonizaba anuncios de Chrysler y cuya autobiografía fue un best seller.

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