Súper Pop, la revista con la que forrábamos las carpetas
Javier Adrados y Ana Rius rinden homenaje a la publicación española que cautivó a tres generaciones de adolescentes con un libro («Yo también leía súper Pop») y un disco («Yo también bailaba con Súper Pop»)
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Era para adolescentes, pero murió adulta. Ni siquiera la fortaleza de su legión de fans pudo salvarla, y se extinguió, como la época a la que representaba. Se despidió como vino al mundo, con color y purpurina . Muchos guardarán todavía ese «gloss» y esa bolsita azul que la Súper Pop regalaba con su último número en papel, en mayo de 2011.
Tres generaciones de lectoras se despedían de los ídolos de celulosa que el magacín regalaba a escala real cada quince días. Esos pósters con los que las adolescentes españolas presumían, decoraban sus habitaciones y forraban sus carpetas. Portadas vistosas con colores llamativos: Los Pecos, Miguel Bosé, Madonna o Mecano. La revista desvelaba sus secretos, presentaba a nuevos talentos y medía el grado de complicidad que las lectoras tenían con sus grupos favoritos a través de sus míticos «test» .
La Súper Pop nació en 1977, de la mano de la Transición y la Constitución. Plasmó la provocación de La Movida en los ochenta, su abandono en la década posterior y la eclosión de movimientos alternativos con el cambio de siglo. Según los fans, la clave de su éxito era la cercanía, que la convirtió en la predecesora de las redes sociales. «Súper Pop siempre se adelantó a todo», asegura Javier Adrados, lector clandestino de esta publicación mayoritariamente femenina. Ahora homenajea a su revista favorita con un libro («Yo también leía Súper Pop») y un disco («Yo también bailaba con súper Pop»). Cuatro años después de su muerte analógica, Adrados aún recuerda los nervios con los que aguardaba cada nuevo número. «La espera era siempre inquietante. Ibas cambiando la decoración de tus carpetas, de la habitación... Siempre esperando conocer algo nuevo».
«Le encargaba al pescadero la Súper Pop y, como no quería que se enteraran, pasaba a recogerla cuando no había nadie»
Javier Adrados
Y Adrados lo conoció. La Súper Pop le presentó a uno de los grupos de música del momento, a Mecano , de los que se convirtió en biógrafo oficial tras ese flechazo. «Vi un reportaje del grupo. Me encantaron, no sabía si eran tres chicas o tres chicos ... y eso me hizo querer seguir investigando, y casi cada quincena, la revista me iba contando algo sobre ellos», confiesa.
Su idilio con la que considera «la revista más desprejuiciada de nuestro país» no fue fácil. Como Fan (en mayúscula), se sentía «marginado», y de hecho, debía hacer frente a toda una odisea para conseguir un nuevo ejemplar. «Mi pueblo (Moradillo de Roa) es muy pequeño. El pescadero iba todas las mañanas temprano a la ciudad más cercana a comprar el pescado que luego vendería. Yo le encargaba la Súper Pop, y como no quería que nadie se enterara, pasaba a recogerla en la tienda cuando sabía que no había nadie». Para este lector, ser fan «es un sentimiento que no se elige» pero sí al que uno se debe porque «es la mejor inversión que se puede hacer». Ahora le devuelve el favor y le dedica este libro «desde la ternura hacia unos años en los que fui muy feliz», subraya. A pesar de la frivolidad con la que la revista ha sido asociada desde su pistoletazo de salida, Adrados cree que la trivialidad, bien llevada, es sana. «En estos años que hemos tenido crisis (o seguimos teniendo), creo que deberíamos dar más importancia a las emociones, y bailar cura ».
![Súper Pop, la revista con la que forrábamos las carpetas](https://s2.abcstatics.com/media/medios/2015/11/06/superpop1--510x600.jpg)
La coautora de «Yo también leía Súper Pop», Ana Rius, también fue directora de la revista entre 1984 y 1988. Casi tres décadas después, todavía recuerda el ambiente que se respiraba en la redacción, contagiado por el de Pronto, Garbo o Nuevo Vale, sus vecinas en una sala abierta. «Se podía intuir perfectamente qué revista tenía cierre por el nerviosismo que se respiraba nada más traspasar la puerta. Ser la directora de la Súper Pop genera estrés y responsabilidad por intentar hacer la mejor publicación para los fans y alcanzar el objetivo de ventas». Estas, pese al cierre, no iban nada mal. Clausuraron su último año con 454.000 ejemplares vendidos . Una de sus principales competidoras, Nuevo Vale, ascendía a 288.000.
La noticia de su cierre le llegó, paradójicamente, a través del post de un blog. «Pero también salió en el telediario. Me pareció chocante que una revista desprestigiada por la prensa especializada acabara cerrando un telediario cuando se extinguía. Es algo así como que nadie es profeta en su tierra hasta que se muere », sostiene.
Rius no solo aprendió a asumir el rodaje de cada tirada, sino a integrar en su vida un estilo que, en principio, le resultaba ajeno. «Siempre me he considerado muy ecléctica musicalmente. Antes de empezar a trabajar en Súper Pop, mis gustos se centraban más en la música anglosajona, pero trabajar en una revista de fans te permite adentrarte en otros ritmos a los que, quizás, de forma natural no hubiera llegado. Los ochenta se abrieron a un pop español muy interesante : Mecano, Los Secretos , La Unión, Nacha Pop y Alejandro Sanz... que me cautivó», confiesa la exdirectora.
«Gracias a este libro he recordado muchas anécdotas y a muchas personas que actualmente no tenía presentes»
Ana Rius
«Yo también leía la Súper Pop» aúna la esencia de la revista adolescente por excelencia: la complicidad entre profesionales y fans. Y es en ese especial carácter donde este libro-homenaje encuentra su punto álgido. Porque en él, precisamente, confluyen los dos puntos de vista. La idea fue de Adrados. Asegura que surgió «al azar», cuando hace un año coincidió con Ana Rius en un debate: « Me pareció un premio del destino ». Pero la complicidad entre ambos enseguida cuajó. «El día que no recibía los whatsapps de Javier, ya estaba preocupada. Gracias a este libro he recordado muchas anécdotas y a muchas personas que actualmente no tenía presentes», admite Rius.
Le permitió rememorar, por ejemplo, «la sección de cartas de lectoras que intentaba dar respuesta a aquellos temas que quizás en casa no se atrevían a preguntar ». Puede que, en parte, porque «se leía de todo, sin ningún tipo de tabú», explica Adrados.
De los «toi» a los «emoji»
En una conversación con ABC, Rius evoca también un episodio que, en su día, sintió conflictivo. « Cuando murió Paquirri , el editor Mariano Nadal me llamó a su despacho y me dijo que tenía que escribir un artículo sobre el torero. Mi cara fue de espanto. No entendía muy bien qué hacía el suceso en las páginas de una revista de fans, entre Madonna y Michael Jackson. Al final, fue el reportaje que más gustó a los lectores. Porque intentábamos explicar los acontecimientos como si fuéramos fans, que creo que lo éramos», asegura. Y todo con «el punto de locura propio de cada fenómeno».
Como adelantada de su tiempo, la Súper Pop predijo la incidencia que tendría la aparición de un nuevo jugador y se apartó del camino antes de ser arrollada. « Internet ha acercado demasiado al ídolo , por tanto, es muy fácil mantener contacto artista-fan, y como en todo, cuanto menos te cuesta conseguir algo, menos lo valoras », comenta Adrados. Para Rius, el fenómeno cibernético no ha matado al fan, sino que lo ha globalizado. «De alguna manera se sienten reporteros, pero también se pierde la magia del secreto, de la sorpresa, y ese factor queda solamente para las noticias más escandalosas, las más morbosas y, quizás, las menos ilusionantes», explica la exdirectora.
¿Cómo sería la portada de la Súper Pop hoy en día? Puede que los protagonistas fuesen Miley Cyrus o Justin Bieber, aunque «si retomáramos la filosofía a la cual está dedicada el libro y el disco, también Malú, Pablo López o incluso Vetusta Morla coparían las portadas », comenta Adrados. De momento, sobrevive en el vertiginoso ritmo que impone la Red como medio que edita monográficos, «con una línea editorial muy similar a la de los ochenta y noventa. Si en esa época se popularizaron los "toi", ahora la revista digital habla de los emoji», sostiene Rius.
Pero sin colores, sin purpurina, sin ídolos de celulosa con los que forrar las carpetas.
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