Todas las vidas en la misma calle
La Gran Vía, el paseo más neoyorkino de Madrid, es el primer ejemplo de que la ciudad no duerme
Madrid, desde la Gran Vía, mira a Nueva York. La Gran Vía es la calle más neoyorkina de Madrid. Y digo neoyorkina en el sentido de caótica, pululada, plural y mestiza. Hay algún momento de fachada que mira a París, pero sobre todo Madrid, desde la Gran Vía, mira a Nueva York. Tuvo unos esplendorosos años cincuenta y ahora reúne Zaras de varios ascensores, hotelazos, el nuevo «Chicote», hamburgueserías, escaparates de tatuajes, algún teatro y la Casa del Libro.
La Plaza de Callao, ecuador de la gran avenida, es un cruce de rellano de citas y pantalla de televisión de cuarenta metros, como en Tokyo. Gallardón metió grúas por el sitio, en su momento, y hemos tenido un rato en el que había que ir a ver los musicales de «Mecano» en helicóptero. Un día fue la calle de los cines, con su cartelería pintada a brazo, y hoy es un zoco de última generación, con todas las tribus del mundo yendo y viniendo. Se puede hacer cualquier tipo de vida sin salir de la Gran Vía. Eso es una calle. Una calle que es una ciudad entera, por sí misma.
La Gran Vía tuvo cabarets de estriptis, y ahí las muchachas se desnudaban, cada noche, como deshojando su juventud dorada y extranjera. Tuvo y tiene tiendas de mucha vitola, como Loewe, donde los japoneses se dejan el fortunón.
De Zara a Apollinaire
Sin andar más de cien metros, puedes comprarte unos calzoncillos de Zara, un poemario de Apollinaire, un bello reloj falso y una chupa del precio de un coche. En primavera, es una delicia sentarse en una terraza a ver peatonaje. A ver peatonaje de todos los colores, porque la Gran Vía es eso, una Gran Vía de todas las razas. Hay una hora, a media tarde, en la que se cruzan los que salen de trabajar y los que van a trabajar, porque la Gran Vía está abierta las veinticuatro horas, como los hospitales de urgencia.
En el mismo paso de cebra, pero en sentido contrario, se ven cada tarde el abogado que regresa a sus ocios de burgués de adosado y el travesti que va a emplearse en la noche canalla de todos los sexos, que es la que hay por estas grutas.
La Gran Vía está siempre abierta, y a las cinco de la madrugada tiene el mismo tráfico que a las doce del día. La Gran Vía es el ejemplo mejor de que Madrid no duerme, junto a la Castellana. Ha regresado muy alta actividad de estrenos musicales a sus varios teatros, y las firmas de cara artesanía ya se animan a abrir o reabrir tiendas en estos edificios que tienen mucho de la grandiosidad de los transatlánticos o del esplendor de los palacios. Dijo Muñoz Molina que le gustaba Madrid porque es una ciudad a la que le puedes echar la culpa de todo. Empezando por la Gran Vía. Acabando.
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