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Para ponerse flamenco

La calle Echegaray reúne los locales míticos del género que son frecuentados por trasnochadores y japoneses

Para ponerse flamenco ángel de antonio

ámgel antonio herrera

Cardamomo, un bar de copas, es algo así como Las Ventas del flamenquito o el Bernabéu de las barras de los gitanos finos de la ciudad, esa «tribu de las pupilas incendiadas», según acuñación de Baudelaire, que era un gitanazo de buhardilla parisina. La calle Echegaray, donde queda el sitio, fue antaño una calle de trasnochadoras con tarifa y ahora es un cruce de hostales añejos y garitos raciales donde les da el alba a japonesas que se colocan con la bulería y a bailaores de Vallecas que siempre tienen la noche pendiente, aunque la noche se acabe.

Es la calle Echegaray la calle más flamenca de Madrid, con prórroga en Villa Rosa, un célebre laberinto con tablao, que cierra o abre la plaza de Santa Ana, según se mire. El Villa Rosa viene de principios del 1900, se decoró mirando a la Alhambra, y sus azulejos taurinos son obra del ceramista prestigioso Antonio Ruiz, el mismo que firmó los azulejos que dan nombre a todas las calles del viejo Madrid.

Además del Cardamomo tienen renombre en la misma calle Echegaray el Burladero y la Boca del Lobo. En el Burladero, morenas de rojas lunas ponen a bailar los ombligos mientras suena la rumba. El Burladero es barra de primeras copas, y su música es el flamenco nacional de ahora y de siempre. En La Boca del lobo, chulos que leen a Nietzche codician, entre sorbo y sorbo de heineken, a doradas yanquis que aún tienen por deshacer su equipaje de turistas recién llegadas, en hotel vecino y habitación compartida.

En Cardamomo ponen a ratos temas de Camarón. En Cardamomo Camarón siempre está ahí, aunque no esté. También ahí pinchan cosas de Jose Mercé, o de Diego El Cigala, que parece siempre que cantan al alba, y que lo mismo hasta están por ahí. Camarón siempre está aquí, sólo que nadie le ha visto. Son los antros punteros de la zona. En todos hay un aire de juerga pendiente y un bullicio de túnel de ida y vuelta, por en medio de la zambra revuelta de las miradas.

Cardamomo, Burladero, Boca del Lobo, y aún antes Los Gabrieles, mítico local de murales fabulosos donde hacían cháchara y desmadre El Gallo, Antonio Molina, El Habichuela, o La Niña de los Peines, entre otros.

Hablamos de sitios donde los gitanos maqueados que dan palmas para nadie, en una esquina, o se hablan entre ellos al oído, como pasándose susurradoramente un enigma o un presagio. Van y vienen, en un sitio, o en otro, gitanas guapas, apócrifas o no, que parecen versiones de una única hermana hermosa, oscura y acaso artista principiante que aún no ha llegado al garito, y quizá no llegue nunca, porque se pasa la vida trenzando y destrenzado ante el espejo la larga melena color relámpago. El más flamenco Madrid tiene su calle puntera: Echegaray.

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