ocio
Madrid, en otra salsa
Dos locales, en la Puerta del Sol ofrecen el mejor sabor cubano
Hay una Cuba siempre sonando en Madrid. Hay una Habana siempre por Madrid, con sus garitos orquestados de penumbra y sus mulatas locas de colores. Ocurrió un tiempo, años atrás, en que Madrid tenía una mecha más larga de locales cubanos, empezando o acabando por «La Comercial Cubana», o «La reina de Cuba», allá por la Plaza de Cuzco, donde venían a cantar, en directo, los soneros estelares de la isla, desde Carlos Manuel a Isaac Delgado. De aquello, sobrevive «Azúcar», cerca de la estación de Atocha. Se fue ese tiempo de maravilla, y hoy el cubaneo resiste en la Puerta del Sol, con dos locales veteranos, pero vivísimos, «La Negra Tomasa» y «El Son».
Ahí, Madrid vive en otra salsa. «La Negra Tomasa» es un local cruzado de barra y restaurante, con lo que en el día hay menú de plato habanero, ropa vieja incluida, y en la noche mucho guateque de mojitos, pero mojitos según los cánones, y guateque de orquesta en un rincón, para guarachar. «El Son», que queda a cuatro pasos, es la clásica discoteca latina, con música de allá, y hasta con clases de baile, durante alguna noche no de fin de semana.
No hablamos aquí de dos locales de aire latino, en general, y cubano, en particular, solo frecuentados por turistas, sino de dos embajadas alegres, memorables y distintas del sabor de la isla del Tropicana. Hay color, hay sabor. Puede sonar de pronto Lena Burke, nieta de la incalculable Elena Burke, una cumbre del bolero, o pueden sonar los Van Van, que son los Stones de la isla. En «La Negra Tomasa», y también en «El Son» hay, de madrugada, un insólito alboroto de música en directo y la cuota competente de ombligos bailando en su salsa, hechizadamente. Las muchachas de estos horarios llevan el pelo en llamas y llevan un compás de diablas.
En La Habana la música es inacabable, como es inacabable la belleza. La ciudad, por barrios, es un paraíso en ruinas o un laberinto de palacios. La luz es malabarista de colores, las chicas hablan sílabas de menta, los taxistas son doctores en fabulación y las bicicletas cargan a familias enteras. En cada florista hay una novela pendiente y en cada caminador hay un filósofo.
Pocos sitios como esa ciudad para la aventura de ser viajero. Por encima de sus patios coloniales, por encima o por debajo de su clima perfumante, esté el tirón de lo humano, que nunca recogen los folletos o mapas promocionales. Arriesgaba Cabrera Infante, ese habanero eterno, que a veces entre un hombre y una mujer sobra la música. En La Habana, ni eso. Aquí en Madrid, pasa lo mismo. Quiero decir que pasa lo mismo en el Madrid que está en su salsa, en aquella salsa única, vibrante, maravillosa.