Bustarviejo
Un millón de euros para reabrir la vieja mina de plata
Sería el presupuesto para hacer visitable el yacimiento. Lo más caro, un teleférico para remontar los 1.430 metros de altitud a que se encuentra

Está dormida pero no muerta. De ella se extrajo todo su «zumo» mineral pero podría ser un pozo de sabiduria y el mejor escenario de lecciones magistrales sobre la minería madrileña. Cerrada a cal y canto desde 1920, tiene prohibida la entrada del público. Un tesoro de más de 500 años de antigüedad que podría rehabiltarse como centro geológico para presumir del patrimonio minero madrileño. Estamos en Bustarviejo y ante la mina de plata más grande y más antigua de la región. Un equipo de ABC se adentra en las entrañas de esta joya de la naturaleza.
La boca se nos abre de par en par y los ojos se ponen como platos. Imposible evitarlo. La luz de la linterna sobre el casco ilumina un paisaje único, misterioso y de una belleza extrema. Esto es más que una mina callada y silenciosa. Es el lugar donde cincuenta hombres, en cuadrillas, arrancaron hasta la última gota de plata; de esa combinación de arsenopirita que, tras el proceso de separación de minerales y la fundición, se convertía en el precioso metal. Así, cinco siglos.
Existen testimonios de la dureza del trabajo, con pico y barrena, que se realizaba aquí dentro. De hecho, en uno de los recovecos de esta inmensa gruta en forma de caracol, alguien clavó una cruz para señalar el lugar donde perdió la vida uno de los mineros.
La Mina de Plata de Bustarviejo es algo digno de ver. La boca de entrada tiene un candado para evitar que nadie se cuele. Es peligroso, muy peligroso hacerlo. Las botas de agua no sirven de mucho si no pasan de la rodilla porque, nada más entrar, hay agua hasta esa altura del cuerpo. Luego va bajando el nivel, pero ya te has empapado. No importa. Allí dentro, a medida que avanzas despacio, se olvida la oscuridad, el silencio y la humedad. Las filtraciones son continuas y el agua gotea para calarnos hasta los huesos. Pero no se repara en ello. Lo importante es no perderse ninguna de las explicaciones –y las indicaciones para nuestra propia seguridad–, de Ángel Temprano, ingeniero técnico de Minas en la Comunidad de Madrid, exalcalde de Bustarviejo y defensor acérrimo de la rehabilitación de la mina. Lo más problemático sería llegar hasta aquí. «A 1.430 metros de altitud se necesitaría un teleférico... y eso es muy caro», dice. «O a los lomos de burros», le replica Ramón, el empleado municipal de Bustarviejo, que nos acompaña.
Llegar hasta la cima es duro. Tras dejar la carretera de Miraflores a Bustarviejo, hay un camino apto sólo para vehículos «todoterreno». Luego, pie a tierra de ascenso por un un camino empinado y pedregoso durante casi media hora. Alta montaña.
Esta mina de plata –la más grande y antigua de la región y que ocupa el paraje conocido como yacimiento de la Cuesta de la Plata–, data de 1417. Sus más de 500 metros de galerías se reparten en seis niveles. El inferior se cuentra a una profundidad de 60 metros; el superior parece querer salirse de la gruta para tocar el cielo.
Con lámparas de aceite
Está documentado que funcionó a pleno rendimiento durante los siglos XVII y XVIII. Había sido descubierta en el XV, durante una campaña encargada por el rey Juan II de Castilla, que quiso identificar todos los minerales entre la Sierra de Guadarrama y la Sierra de Ayllón. «Algún trabajador debió observar una veta y ahí empezó todo. Los mineros abrieron las galerías picando a mano e iluminados por candiles de aceite», tiene escrito Luis Jordá, ingeniero de Minas, que junto a su hermano Rafael –geólogo–, ha investigado las peculiaridades de esta mina de plata de Bustarviejo, declarada Bien de Interés Cultural en 1983.
Los lingotes de plata –después de las labores de extracción, molienda y fundición–, se vendían para acuñar dinero: iban derechos a Segovia, donde entonces se encontraba la fábrica de la moneda. Todavía hoy quedan restos en las paredes de la mina del metal. Cualquier trozo de pared que brilla nos parece una veta de arsenopirita. «¡Que va. Eso es una mezcla parecida a la tiza!, nos dice Ángel Temprano. Hasta que, por fin, damos con un trocito de piedra que sí el origen de la plata. Brilla, claro. Y emociona.
El recorrido por este entramado de galerías, de subes y bajas, de techos infinitos o tan bajos que vas dando cabezazos, nos conduce hasta un punto muy especial. «¡Parar!», nos dice Temprano. ¿Y eso? Llegamos a un pequeño grupo de estalactitas. «Normalmente tardan miles de años en formarse y esta mina sólo tiene 500. ¿Cómo es posible?».
Esa misma pregunta se hacen muchos. Técnicos de la NASA se han llevado líquidos y sedimentos para su estudio y clasificación. Lo curioso es que alguien dé con la composición de una estalactita atípica: es una especie de moco colgante, blanquecino. Al soplarlo, se mece. Pero nadie se atrave a tocarlo o a coger una muestra para no romperlo. «No sabemos –asegura Ángel Temprano–, si es de origen animal o vegetal. Pero es raro de narices».
Y en esas están. Tratando de saber la composición de ese «moco» tan simpático y si los madrileños podrán aprender de minería. Un millón de euros tienen la culpa.
Noticias relacionadas