Las pruebas que mantienen al casero del «chalé de los horrores» en la cárcel
Un mes después de la desaparición de Adriana, su casero ha dejado un rastro incriminatorio pese a no haber cadáver
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No hay cadáver ni ha confesado, pero ha dejado un rastro de pruebas que le relacionan con la desaparición de su inquilina . Su coartada, muy elaborada, no se corresponde con el aparente «arrebato» que le llevó, presuntamente, a matar a su inquilina. Hoy, según el informe policial, se cumple un mes de la desaparición de Adriana Gioiosa, de 55 años, la moradora del llamado «chalé de los horrores» de Majadahonda. Los investigadores cada día tienen más claro que Bruno Hernández , de 31 y de nacionalidad española, su arrendador, acabó con su vida, la descuartizó, intentó triturar sus restos en una picadora de carne y, al no conseguirlo, los arrojó en tres contenedores de basura.
El caso es digno de un estudio de Criminología: ¿Cómo imputar tales delitos si no hay cuerpo? Si elaborada fue la coartada de Bruno, más lo está siendo la investigación de la Guardia Civil de Madrid. Tras conocer la desaparición por la denuncia del hermano de la víctima , los agentes de Policía Judicial se personaron en la mencionada casa. Era el 6 de abril. Adriana había aterrizado en España, de vuelta de Buenos Aires, hacía una semana. El día 30 se vio con una amiga para recoger unas plantas.
Desde el 1 de abril, ni rastro. Sólo algunos mensajes de WhatsApp, enviados desde el teléfono de Adriana («He llegado bien», el primero; «Me voy a vivir a Italia» y «Me he marchado a Barcelona con un chico», los últimos)... La Guardia Civil cree que fue Bruno quien los envió. Y que Adriana estaba muerta ya entonces.
La falsa pista de Barcelona
El sospechoso, que padece serquizofrenia, llegó a tomar incluso un AVE de Atocha a Barcelona el 5 de abril portando el teléfono de su víctima para dejar un falso rastro en los repetidores. El aparato no ha sido hallado. Pero las principales pruebas de cargo serían las que el 7 de abril recabaría la Guardia Civil tras detener a Bruno. Acudieron a la casa y él se negó a colaborar. Incluso leyó de cabo a rabo el auto del juez buscando faltas de ortografía . Encontró una («libertat», en vez de «libertad»), y en su delirio quiso impugnar el escrito por ese error.
Se negó a declarar ante los agentes. Cerrado en banda. Incluso ante el juez. Pero en las ocho horas que duró el primer registro del chalé, se hallaron maletas en las zonas comunes de la casa, el billete de avión de Adriana, su bolso y tarjetas de crédito. Aquello no era una desaparición voluntaria. Faltaban, eso sí, su ordenador portátil, las llaves del coche y el vehículo. Fueron hallados el día 10 en la inspección del piso donde Bruno vivía con su padre, en Móstoles. A 900 metros de allí, estaba el monovolumen de Adriana. También escondía una copia mecanografiada y firmada de la falsa carta de despido de la víctima que dejó en su trabajo el 5 de abril, en la que aludía a «razones personales» para dejar su puesto.
El ADN en la picadora
Hubo una segunda entrada en el «chalé de los horrores», que complementó los hallazgos de vestigios de la primera: restos de sangre en el sótano, un maletín con media docena de armas blancas... y la cuchilla, la hélice, la rejilla y un tornillo de una trituradora casera. Ahí estaba la prueba definitiva. Porque el Laboratorio de Criminalística analizó los restos orgánicos y el ADN se correspondía con el de la mujer argentina.
El sospechoso, además, había tratado de desmontar la picadora, que olía a carne podrida. Pese a que intentó lavarla con productos comprados en los días posteriores al suceso, se hallaron «sangre y posibles restos de carne y óseos», según el auto de ingreso en prisión. El garaje estaba recién pintado, a brochazos y por trozos. Era otra manera de hacer desaparecer rastros. Esos y otros vestigios están aún por analizar. Los especialistas están centrados en la picadora.
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