Curiosidades de Madrid
El crimen que acabó con un molinero enterrado en el despacho de un «hotelito»
En el verano de 1916 Madrid fue testigo de un impactante asesinato que trajo de cabeza a su brigada de investigación criminal. Manuel Ferrero recibió un hachazo por la espalda
Manuel Ferrero Gallego llegó a Madrid con el sueño de adquirir el molino de su pueblo, Pozuelo de Tábara (Zamora) y 100.000 pesetas en el bolsillo que le costarían la vida. Ferrero había quedado en la capital con Nilo Aurelio Sáinz, procurador del Sindicato Nacional Agrícola para negociar su compra. Se hospedó en la célebre posada del León de Oro, en la Cava Baja , a la espera de concertar una cita en la que formalizar el traspaso. Ajeno a su destino, Ferrero estuvo en la capital varios días, recibiendo varias visitas en dicha posada.
El día 6 de junio desapareció sin dejar rastro. Salió de su hospedaje sin decir a dónde iba. Había quedado con el señor Nilo Aurelio en un chalecito de la zona de Fuente del Berro para sellar el acuerdo. Un «hotelito» –así se llamaban en la época a estas construcciones– que, unos días antes, había sido alquilado por el procurador bajo el nombre de «Miguel Sáinz». Allí le esperaban éste y su hijo Federico con unas botellas de sidra para brindar por el acuerdo. Ferrero puso encima de la mesa sus 100.000 pesetas y, acto seguido, recibió un potente hachazo por la espalda que traspasó su cráneo. «Hubo que hacer palanca para sacarlo», explicó la policía a ABC , tras el revuelo que causó la noticia.
Unos hechos que tardarían en conocerse hasta el 27 de agosto . Para no levantar sospecha Nilo Aurelio denunció la desaparición del hombre con el que iba a hacer negocios. Tenía todo planeado. Antes de asesinar al futuro molinero, había pedido permiso al dueño del hotelito para sustituir el suelo de madera del despacho donde se cometió el crimen. Puso todas las facilidades para que nadie pudiera sospechar nada. El mismo encargó el suelo y el cemento con el que tapió la fosa excavada en la habitación para ocultar el cadáver.
Enterrado de cabeza
Ferrero fue enterrado boca abajo. Nilo Aurelio Sáinz y su hijo Federico ataron un saco de arpillera en la cabeza del asesinado. Cavaron un hoyo y metieron el cuerpo de cabeza. Esta estaba a un metro, sus pies a solo 40 centímetros. Lo primero que se encontró la Policía fue una bota. Los trabajos duraron todo un día. Los asesinos se empeñaron en tapiar muy bien la sepultura. Los albañiles contratados para sustituir el suelo lo hicieron ajenos a que debajo había un cadáver. «Apisonaron muy bien el terreno antes de que llegaran los operarios», explicaba la crónica de este diario. Eso sí, pidieron a los albañiles que colocaron el pavimento que sellaran bien las juntas. No querían que saliera el mal olor de la descomposición del cuerpo.
Limpiaron la casa, pero no a conciencia. La Policía encontró manchas de sangre en la carbonera donde escondieron el cadáver antes de cavar la fosa. Limpiaron con ácido sulfúrico algunos muebles manchados y rasparon el suelo de madera para intentar eliminar el rastro del cuerpo sin vida de Manuel Ferrero. El hacha fue encontrada, aún con un filo de sangre, en el horno de la cocina.
El error que les delató
Tenían todo planeado, el señor Sáinz denunció la desaparición y limpiaron la casa... ¿Por qué les descubrieron? Por no saber delante de quién estaban hablando. Padre e hijo mantuvieron una conversación «sospechosa» en un tranvía en el que viajaba también el joven policía de la brigada de barrios Francisco García Gómez. Tiró del hilo hasta encontrar la propiedad en la que se había cometido el crimen y averiguó datos aún más sospechosos. Tras conocer la noticia y ver la declaración de la denuncia de desaparición de Nilo Aurelio Sáinz en la prensa, ató cabos.
La brigada de investigación criminal del célebre y sagaz inspector Fernández-Luna hizo el resto. El procurador del Sindicato Nacional Agrario fue detenido en Logroño y su hijo en Miranda de Ebro. Nilo Aurelio fue condenado a pena de muerte. Francisco García Gómez fue ascendido. El hotelito de la calle Lanuza, 18, ya no existe y en su lugar se levanta un bloque moderno de pisos. En su solar quedará para siempre la historia macabra que sacudió Madrid aquel verano de 1916.
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