El boom de las peluquerías «low cost»

Además de comerle el terreno a las clásicas de barrio, alquilan los sillones al trabajador por 200 euros al mes

El boom de las peluquerías «low cost» isabel permuy

M. J. ÁLVAREZ

Proliferan como las setas en otoño. Están en todos los barrios de Madrid, y en algunos, dado su éxito, hay casi tantas como bares. Son las denominadas peluquerías «low cost», negocios que empezaron a implantar en nuestro país profesionales de la tijera procedentes de Suramérica, China y África, que han ido mutando al calor de la crisis. Un ejemplo de ello es lo que sucede en el distrito de Ciudad Lineal.

Así, si al principio a estos modestos locales acudían solo los compatriotas de los encargados porque, además de los lazos que compartían, se peinaban siguiendo los dictados de la moda de sus respectivos países, en los últimos años estos establecimientos, en un brusco acelerón, le han ganado la partida a los tradicionales de barrio. Han dejado de ser minoritarios en cuanto a la demanda para convertirse en mayoritarios.

Ahora acaparan todo tipo de clientela, tanto nacional como extranjera. Ambas tienen un denominador común: gastar cuanto menos mejor. La Tercera Edad y las mujeres constituyen su público más fiel. Cortes de pelo de entre 4 y 7 euros para hombres y niños; de 6 a 12 euros para mujeres con lavado o peinado incluido; tintes a partir de 9,90 euros o mechas desde 12,90... Y eso sin contar con extras como manicuras, uñas de porcelana, alisados japoneses o masajes a unos precios asequibles, han revolucionado un sector muy castigado, no solo por los efectos de la recesión que ha alejado al público de los salones, si no por tener que aplicar el tipo de IVA más alto, que pasó en 2012 del 8% al 21%.

«Vienen de todo Madrid»

Aunque ahora el Gobierno central ha anunciado que se rebajará al reducido del 10%, el daño está hecho y se ha traducido en el cierre de más de 17.500 establecimientos y la perdida de 34.000 empleos en toda España.

«Hombre, ya me dirás tú adónde voy a ir a que me corten el pelo por menos de cinco euros. Y encima está aquí, al lado de casa. Vengo cada mes». Eso dice Silas, natural de Brasil, de 44 años, mientras le pasan la brocha por el cuello en una de las peluquerías con precios «anticrisis» enclavada cerca de la calle de Alcalá. En dos manzanas hay una decena de establecimientos de este tipo. «Aquí viene gente de todo Madrid, además de todo el distrito: Ventas, La Elipa, Simancas, Pueblo Nuevo, San Blas, Canillejas...», afirma, ufano, José Antonio, responsable de uno de estos negocios «anticrisis». Natural de Venezuela, aterrizó en España hace ocho años y medio junto a su mujer. Conocía el oficio. Primero estuvo trabajando para otros hasta que decidió dar el salto y establecerse por su cuenta al quedarse sin empleo.

Abrió su negocio en un local pequeño hace cuatro años y medio, cuando la crisis se hacía más profunda día tras día, hasta que, a causa del éxito, se mudó a la acera de enfrente a un establecimiento mucho mayor: no daban abasto. Su salón, tan grande como su sonrisa, es buena prueba de ello.

Además de estos negocios, con unos precios agresivos e imbatibles para sus competidores, están proliferando otras prácticas importadas de ciudades como Londres (Reino Unido) o La Habana (Cuba), inéditas por estos lares: el alquiler de sillas.

Consiste en lo siguiente: el encargado del negocio o inquilino subarrienda a su vez los puestos por una determinada cantidad al mes a cada peluquero. «A mí me pedían 200 euros; solo tenía que fidelizar a la clientela», explica Julia. «Llamé por teléfono y me lo explicaron. Estudié la idea cuando me despidieron de una cadena muy conocida del sector, pero la descarté. No me convencía. No sé cómo se las ingeniarán mis compañeros para repartirse a la clientela; igual hay tortas. Y luego estaban los bajos precios, me parecía una competencia tan desleal y descabellada que, tras un tiempo sin encontrar una oferta en condiciones, decidí dejar ese sector», explica.

ABC entró en varios de los locales en donde llevan a cabo este curioso sistema, a decir de los residentes y los comerciantes, pero como es obvio, no lo reconocieron. «Todos nuestros empleados están en nómina. Todo está en regla», explicaron en uno de ellos. En el otro se negaron a hablar. Lo llamativo es que, de los recorridos por ABC, eran los más espaciosos, los que contaban con más público y algunos no precisamente los más económicos entre la categoría de los «low cost».

No es el caso de Edith, oriunda de Colombia, que decidió abrir su propia peluquería tras acabar en el paro. De eso hace ocho meses.

La cara y la cruz

«Apenas me da para cubrir gastos y pagar mi casa. Me he llegado a pasar 15 días sin atender a nadie y me planteé ofertar cortes para la Tercera Edad por 5 euros, pero decidí no caer en esa trampa». «Procuro poner los precios más ajustados que puedo, pero no se puede cobrar seis euros por lavar y cortar el cabello, con ello no pagas ni el agua, ni el champú», afirma, indignada. Por no tener no tiene a ningún empleado. Ella se lo guisa y ella se lo come. Su negocio está vacío aunque bien surtido de productos de calidad. Muy cerca tiene otro curioso competidor multicultural y rebosante de actividad. Los que parecen llevar la voz cantante son chinos, aunque tienen empleados suramericanos. Una joven peruana, muy recelosa, nos echa con cajas destempladas. Su joven clienta acierta a decir: «Vengo aquí no solo por los precios si no porque trabajan muy bien».

El boom de las peluquerías «low cost»

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