El «Sherlock Holmes» madrileño que acabó con el famoso ladrón «Fantômas»

Madrid fue escenario, a principios del siglo XX, de una de las historias policíacas con mayor repercusión mundial, la del sagaz inspector Fernández-Luna y el escurridizo caco Eduardo Arcos

El «Sherlock Holmes» madrileño que acabó con el famoso ladrón «Fantômas» ABC

Adrián DElgado

«Fantômas» era el caco más escurridizo que había pisado Madrid hasta aquel verano de 1916. Era septiembre y Eduardo Arcos Puch, el verdadero nombre del ladrón más buscado en Europa, se escapó del Juzgado de Guardia. Sobre él pesaban órdenes de búsqueda de medio planeta: Nueva York, París, Londres... Eddy, como se hacía llamar en los sofisticados círculos en los que se relacionaba, no era un ladrón cualquiera. Era el «rey de los ladrones» de guante blanco especializado en desvalijar –sin dejar rastro– habitaciones de hotel. Jamás empuñó un arma. Su mejor habilidad era ocultar su verdadera identidad y un instrumento de cerrajería que trajo de cabeza a los agentes. Un genio del escapismo que, sin embargo, no pudo superar la sagacidad del comisario jefe de la Brigada de Investigación Criminal de Madrid, Ramón Fernández-Luna.

El policía, a quien ya se le conocía como el «Sherlock Holmes» madrileño, llevaba algún tiempo tras la pista de «Fantômas». El apodo «le fantôme» –fantasma– que le puso la prensa francesa, derivó en ese sobrenombre en España. No era el único, Eduardo Arcos tenía una docena de identidades: el Aviador –era piloto acrobático–, Marquesito, Teddy, El Piloto... Además, hablaba inglés, francés, italiano, alemán e, incluso, catalán por su origen mallorquín. Era un seductor «terrible» para las damas de la época a las que engatusaba con una poderosa labia.

El comisario Fernández-Luna empezó investigarle por un tema que nada tenía que ver con sus robos. «Fantômas» había montado en Madrid junto a su bella amante, Leonor Flor Avanti, una casa ilegal de juego. Sin embargo, el «Sherlock Holmes» madrileño estaba convencido de tener delante al ladrón de guante blanco que todos querían cazar. Esa caza se produjo en el tercer piso, del número 3 de la calle Apodaca de Madrid. El edificio aún existe hoy.

De madrugada, Fernández-Luna, y los agentes Heredia, Blasco, Lacalle y Zorrilla, le detuvieron en la habitación que tenía alquilada. Eduardo Arcos estaba plácidamente dormido y no opuso resistencia. «No tienen pruebas contra mí», presumía tranquilo. La Policía, según consta en la hemeroteca de ABC , se incauto de nueve maletas entre las que se encontraban cuatro trajes con los que cometía sus robos. También diversos útiles de cerrajería como el «huistilí» con el que abría las puertas sin dejar huella ni forzar cerraduras. Y... una calavera.

La calavera de «Fantômas»

«Merece consignarse uno de los objetos hallados: una calavera auténtica, que se encuentra en una caja de peluche», relata la crónica de ABC sobre la detención del ladrón. «Parece que era utilizada por Eduardo para sus conquistas amorosas, uniéndola a historias que relataba y con las que lograba interesar a las mujeres», explicaba la noticia. Tras su detención, el jefe de la Brigada de Investigación Criminal de Madrid mandó su foto a Zaragoza, Barcelona, Valencia, San Sebastián y comenzaron a llover sobre medio centenar de acusaciones, en las que le identificaban como el autor de multitud de robos.

El «Sherlock Holmes» madrileño hundió la carrera del experimentado ladrón de guante blanco en España. La Primera Guerra Mundial tampoco se lo puso fácil a «Fantômas» en Europa. Ante semejante panorama, Eduardo Arcos explotó sus habilidades para trabajar como espía al servicio de Inglaterra. Ya en la Segunda Guerra Mundial, su facilidad para infiltrarse en todo tipo de ambientes le permitió obtener listas completas de los nazis que operaban en España .

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