El «asesino de la baraja», una década entre rejas

Alfredo Galán Sotillo fue condenado en 2005 a 142 años de cárcel por el asesinato de seis personas y el intento de otras tres

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ignacio s. calleja

Este lunes 9 de marzo es fecha inadvertida pero señalada a la vez, negra efeméride de la condena, diez años atrás, al útimo asesino en serie confeso en Madrid: Alfredo Galán Sotillo, mediáticamente conocido como el «asesino de la baraja», que entre enero y marzo de 2003 asesinó a seis personas e intentó lo propio con otras tres, con la consiguiente alarma y terror en la capital.

«Quería experimentar la sensación que causa acabar con la vida de un ser humano. Comencé con el portero y al no sentir nada seguí matando». Con tales palabras, frío, altivo y con un punto de indiferencia, confesó sus crímenes el 3 de julio de 2003 , cuando se entregó en Puertollano (Ciudad Real), su ciudad natal, después de meses de espiral homicida.

Alfredo Galán, de 27 años y militar de profesión, comenzó a matar el 24 de enero de ese mismo año. «¡De rodillas y de cara a la pared!», ordenó a su primera víctima, en un procedimiento habitual, antes de disparar con la Tokarev 7,6 milímetros que había comprado por 400 euros en un bar de copas en Mostar (Bosnia-Herzegovina). Lo escogió al azar, al volante de su Renault Megane. De Bosnia, donde prestaba servicio en su segunda misión como profesional, regresó con el arma y con diversos trastornos psíquicos.

En aquel día ya había dejado de tomar su medicación antineurótica y ni siquiera había previsto ni ideado su macabra puesta en escena. De hecho, se convirtió en el «asesino del naipe» por casualidad. El 5 de febrero, en su segunda aparición, un As de copas quedó junto al cuerpo inerte por accidente; los medios de comunicación lo bautizaron y él aceptó de buen grado la etiqueta. Fue el segundo de los seis asesinatos que cometió.

Como siempre, a quemarropa y con un disparo en la cabeza o en la nuca, dio muerte a sus dos últimas víctimas el 18 de marzo ; una pareja en Arganda del Rey con la rúbrica de un Dos de copas. Su anónima y siniestra figura acaparaba la crónica negra del país a la vez que aterrorizaba a Madrid como una suerte de metódico «psicokiller», calculador en su macabro juego de cartas. Su perfil, aunque cometió varias imprecisiones -como dejar el casquillo de la bala en alguna ocasión-, obedecía al «clásico psicópata narcisista que mata para demostrar que puede», como indicó años después Luis Borrás, experto psiquiatra forense y criminólogo.

«Desprecio por la vida»

Después de entregarse, se desdijo de su declaración, aunque sin éxito porque los jueces consideraron la «validez probatoria» de su comparecencia en verano de 2003. Así, la Sección 16 de la Audiencia Provincial de Madrid lo condenó en el año 2005 a 142 años y tres meses de prisión, el máximo posible, por «el manifiesto desprecio a la vida humana» y por «la alarma social» generada. En el fallo, además, no se reconoció ningún tipo de patología psiquiátrica. La sentencia, dos años después, fue confirmada por el Tribunal Supremo.

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