Esperando al Cristo de Medinaceli

Decenas de fieles guardan cola a la intemperie desde hace días para poder entrar hoy al tradicional besapiés

Esperando al Cristo de Medinaceli JOSÉ RAMÓN LADRA

Ángel Antonio

A la entrada de la basílica del Cristo de Medinaceli , casi en la embocadura de la Plaza de Neptuno, orbitan varios policías nacionales, echando reojo permanente a que la cosa allí se conserve en orden, y bajo toda paz. La cosa es la gran cola que, durante días, han venido cumpliendo los fieles, entre la acampada y la devoción. Calculando deprisa, llega la cola asombrosa desde la primera esquina del templo hasta la calle Atocha, pero hasta copar a modo un gran tramo de la calle Atocha. El gentío ha colocado, desde principios de semana, sus cartelitos de cartón, señalando su sitio correspondiente: «Minerva y familia», «Somos el 34, 35 y 36», o bien «Puri, 73».

Eso, más una hamaca, para hacer domicilio a la intemperie, durante tres o cuatro días, según las prisas que cada uno ha querido darse. No faltan estufas y mantas. Hay mucho picnic de cartón recostado en la acera, como improvisado nido, y así la multitud da una cabezada, o se va dando cháchara hilada, o se pasa a la acera contraria, donde da un solecito intemporal, y hay bares de abastecimiento. ¿Y todo para qué? Pues para llegar cuanto antes al besapiés de hoy, cuando el Cristo de Medinaceli es bajado de su camarín, y a ras de suelo, se le besan los dos pies.

Una tal Manoli, del barrio de Usera, lleva cuarenta años ni fallar a esta cita, y entiende que la molestia de aguantar unos días en la calle es «mucha molestia, pero poca, porque el fervor puede con todo». Carmina, que está a tres hamacas de distancia, lleva once años cumpliendo esta visita, y nos recuerda que la tradición dicta que hay que pedirle al Cristo tres deseos , porque uno siempre será concedido. Ni Manoli, ni Carmina, no aclaran si es cierta la posibilidad de comprar «un buen sitio», según la picaresca habitual en esos días de vísperas de hacer cola para un gran acontecimiento, sea de carácter religioso, o artístico, o deportivo.

No lo aclaran, ni ellas, ni otras, pero es algo que se habla mucho ahí, y hasta se llega a cifrar en cien euros la cantidad por la que te cuidan el sitio, durante tres noches. Es lo que el chisme anónimo llama «un contrato de relevo», aunque en chisme anónimo se queda la cosa. Con ayuda de relevos, o sin ayuda, el gentío madrileño tiene en este viernes una tradición sin desmayo. Jesús de Medinaceli ha despertado a veces mayor devoción, incluso, que el castizo San Isidro. La talla que se venera carga fama de milagrosa, naturalmente. Y de viajera. La llevaron los capuchinos al norte de África, allá por la segunda mitad del XVII, y de allí fue rescatada, como si de un ser vivo se tratara. Para resguardarse de la Guerra Civil, después, viajó a Ginebra. Los devotos le acuden en romería de mucha espera.

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