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El delineante, su novia y el misterioso robo que retrasó la apertura del Edificio España
La Policía destapó una trama que utilizaba material del que iba a ser el mayor rascacielos de la capital para remodelar otras fincas
11 de mayo de 1952. Queda menos de un año para que se inaugure el que será –hasta 1960– el rascacielos más alto de Europa con sus 25 plantas y 103 metros de altura. Hace cuatro años que la plaza de España es testigo de las obras del que está destinado a convertirse en uno los edificios más carismáticos de Madrid. Una faraónica obra que, sin embargo, lleva tiempo lastrada por un misterioso suceso. Solo las figuras impasibles de bronce de don Quijote y Sancho Panza saben dónde han ido a parar las herramientas y el material que se emplean para vestir la fachada del Edificio España.
El responsable de la empresa Ramón Beamonte –encargada de hacer realidad los planos del arquitecto Julián Otamendi– decide poner una denuncia en la Comisaría Centro, en la calle Leganitos, por la inexplicable desaparición del material y las herramientas empleadas en la construcción del gigante.
Tras las pertinentes pesquisas, los agentes descubren, ante la estupefación del empresario, que tenía al ladrón en casa. Los autores de los sucesivos robos resultan ser dos empleados de su propia compañía. Ambos tenían la confianza de sus superiores y, aprovechándose de ella, llevaron a cabo el paulatino y lucrativo pillaje.
Se trataba del director general de la obra, Hipólito Jiménez Lacosta, y el delineante Santiago Rey García, de 26 años. Jiménez y Rey decidicieron enriquecerse con el negocio de la construcción. Idearon una trama para lograr remodelar otras fachadas a coste cero. Para llevar a cabo las demás obras solo tenían que sustraer de poco en poco todo el material necesario del Edificio España.
Un robo casi perfecto
El negocio era redondo para ambos: un particular les contrataba para remozar un edificio privado; y los obreros, sacos de yeso, ladrillos, alcotanas, cubos italianos, picos, palas, andamios y demás materiales los ponía el Edificio España. El delineante hacía el pedido y el jefe firmaba la autorización.
Así reformaron un bloque del edficio General Pardiñas, 64. Finca en la que, casualmente, vivía la novia del joven delineante. Al ver el impoluto resultado, Honorio de Monco Mínguez también pidió a los dos obreros que hicieran lo mismo en la parcela y el garaje del número 43 de la misma calle.
Lo que no sabía el señor De Monco es que las obras en su garaje iban a verse interrumpidas por la Policía, que comunicó al sobrino del propietario la procedencia ilícita de los materiales. La remodelación se pactó por 240.000 pesetas, de las que la pareja ya había cobrado 50.000. Un robo casi perfecto.
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