Las últimas horas de Cervantes
Los expertos rastrean la ropa que vistió y otras circunstancias para facilitar la identificación de sus restos
Todos los datos documentados sobre la muerte de Cervantes pueden ser vitales ahora, cuando estamos a 24 horas de reiniciar los trabajos para recuperar sus restos en la iglesia de las Trinitarias. Los expertos analizan cómo murió, en qué circunstancias, qué vestimenta llevaba y cualquier otro detalle que pueda servir para ayudar a la identificación del escritor, si su cadáver o lo que queda de él fuera hallado.
Los últimos días de la vida del escritor y su tránsito a la otra vida los cuenta de forma detallada Luis Astrana en su obra «Vida ejemplar y heróica de Miguel de Cervantes Saavedra». Allí explica cómo muy pocos días antes de su muerte –apenas 20–, el escritor profesó en la Orden Tercera de San Francisco. Con ello, dice, «ahorraba a su mujer los gastos de un presentido entierro».
Cervantes estaba aquejado de una avanzada diabetes, enfermedad desconocida en la época, y no sabiendo cómo remediarla, el doctor le envió a la localidad toledada de Esquivias (pueblo de su mujer), a ver si con el cambio de aires mejoraba. No sólo no lo hizo, sino que tuvo que volver pocos días después «con tantas señales de muerto como de vivo».
En el lecho, del que ya apenas se levantó, otorgó su última voluntad, y el día 18 de abril de 1616 se le administró la extremaunción.
Prólogo del «Persiles»
Cervantes, dice el autor, «moría a chorros», y pese a ello tuvo fuerzas y ánimo para coger la pluma y escribir, el martes 19, una carta a don Pedro Fernández de Castro, de agradecimiento y despedida. También en ese día «redactó el prólogo del Persiles», en el que se observan «obscuridades y vacilante ilación» en los párrafos, «reveladoras de gravedad extrema».
Actuó como su confesor y ayudándole a morir el licenciado Francisco Martínez, y «negoció todo lo pertinente para su sepultura en el monasterio de las Trinitarias, de que era capellán».
Poco a poco, el enfermo va entrando en coma. «Toda la casa de los Martínez asistiría en aquellas horas a la habitación del moribundo y velaría después el cadáver: Gabriel y su esposa, con sus dos hijas doña Juana Ximénez y doña Isabel Martínez, y sus dos hijos sacerdotes».
No hay constancia documental de que acompañara a su padre en ese trance su hija bastarda doña Isabel: «Vivía en la opulencia, sin acordarse para nada de él». Murió «el viernes, día 22 de abril, no el 23, como erróneamente se ha venido creyendo». Le llevaron a hombros en un ataúd muy pobre, «con la cara descubierta, como a Tercero que era» (según el epitafio de Urbina), y vestido con hábito, desde la casa donde falleció al vecino monasterio de las Trinitarias. Sobre el cadáver se puso un paño de San Francisco.
Era sábado, «un día raso de sol espléndido».