¿Qué hacer si te toca el Gordo?
Para comprarme la felicidad de la antipatía
Nunca jugué a la lotería, ni tampoco hice quinielas
Es hipótesis imposible, esto de que a uno le tocara el Gordo, porque nunca jugué a la lotería, ni tampoco hice quinielas. Será, quizá, que nunca vinculé el azar y el dinero. Aunque ahora me toca suponer que sí, que me ha tocado el Gordo, que soy uno de esos alborotados españoles que toman champán de mañana, en la puerta de una administración lotera, convidando a los transeúntes y a una reportera de Susana Griso. De arranque, uno no haría nunca ostentación del premio, porque al rico de verdad le corresponde una vida oculta, y no un entusiasmo de verbena, que es el que orean los afortunados del tópico de cada año. De arranque, eso, sí. Y luego me dedicaría al fin a ser antipático, porque si algo debiera ofrecer el dinero es la felicidad de no disimular nunca, avalando así que la sinceridad es un don de la cuenta corriente. El dinero sirve para vivir en verano, de un día para el otro, y para ejercer, naturalmente, de antipático, si a uno le place, porque con que te pida autógrafos Montoro ya vas triunfador. Yo ya digo que no me he planteado nunca ser rico de lotería, pero en la imaginación al respecto me sale que no iba a comprarme un porsche de futbolista sino una cara de palo de poeta, mientras me apetezca. El dinero vale para liberarse de la simpatía forzada, y esto no es convicción mía, sino de los golfantes sabios del Café Gijón, cuando el Gijón tenía golfantes, empezando o acabando por Fernán Gómez. Igual yo debiera jugar mucho a la lotería.