Luisa Moronatti, 99 años e hija de centenaria

«El secreto está en los genes. Mi madre murió a los 105 teniendo yo 80 años»

Luisa Moronatti, a sus 99 años, lee el periódico en el iPad de su nieta y contesta ávida a los SMS que recibe en su teléfono

«El secreto está en los genes. Mi madre murió a los 105 teniendo yo 80 años» ABC

ITZIAR REYERO ARREGI

Hay mucho de veneración confesa en este artículo, pero ni un gramo de exageración. Luisa Moronatti Cuadrillero estrena el 2015 con la emoción de soplar tres velas. Cumplirá 100 años el próximo 23 de julio en estupenda forma y mejor disposición. El gusto por vivir es constante en esta irunesa de mirada tierna y sonrisa arrolladora, que mantiene el interés por casi todo, devora periódicos, le encantan los «programas de chismorreo» de la televisión y, lo más valioso, conserva una memoria centenaria capaz de contextualizar cada situación o personaje. Sus recuerdos, que se remontan a tiempos de la Segunda República, son un tesoro para cualquier investigador o, simplemente, curioso de la Historia. Recuerda el día en que la familia real de Alfonso XIII tuvo que salir de España. «Era tan monárquica que lloré y todo. Tenía casi dieciséis años. En cambio, quien sería mi novio y después mi marido, cantaba la Marsellesa de lo contento que estaba», rememora Luisa, hoy mucho más crítica con el devenir de la Monarquía en España.

«Soy autónoma: me ducho y visto sola»

Sentada en el salón de su casa de Irún, pegando con la frontera francesa, Luisa conserva la agilidad verbal de una joven y su voz, cálida pero firme, despista al teléfono. «Me han llamado del Gobierno vasco para hacerme encuestas y al decir que tenía mi edad no me han creído», comenta divertida esta mujer que es capaz de pasar las hojas digitales del periódico en el iPad de su nieta y que contesta a los SMS llamando para decir: «¡Ya he leído tu mensaje!».

Sus médicos han alabado siempre su salud de hierro. «Me dicen que tengo el corazón de una mujer de 60 años, aunque yo me canso mucho», asegura llena de expresividad, incluidas las manos. Pese algunos «achaques» –una caída grave hace doce años y un oído más duro-, lo cierto es que Luisa requiere más compañía para cultivar conversación que para asistencia. «Soy autónoma. Me ducho y me visto sola. Hace tres años aún puse yo el cordero de Navidad, con ayuda, porque la bandeja del horno pesa una barbaridad», señala en otro testimonio de su infinita fortaleza. Vive con Wendy, una alegre nicaragüense que le atiende con cariño. Encima de su casa residen su hija mayor y su yerno, médico, siempre al quite.

«Vino diario»

La longevidad a Luisa le viene de cuna. Precisamente hoy hace 19 años que murió su madre, María Cuadrillero, con 105 años. «Yo he tenido madre hasta los 80 años. Y con muy buena cabeza también», presume, si bien sus hijas señalan que aún ha mejorado la genética familiar. La genética es seguramente el secreto de esta estirpe de centenarias, aunque Luisa da otra pista: «Mi madre, educada interna en las Dominicas francesas de Valladolid, siempre recibió en las comidas un vasito de vino diario y carne dos veces por semana». Luisa cumple ese precepto, con creces.

Como buena maestra, Luisa es generosa en historias y detalles con sus interlocutores. A cada nombre histórico que sale sobre la mesa comparte una retahíla de datos y anécdotas que no tienen fin. Como era buena estudiando, el párroco de Durango, donde vivió desde los tres años, le pidió que escribiera su sermón para el casamiento del General Varela y Casilda Ampuero, suegros de Paco de Lucía. De Iñaki Azkuna, el alcalde fallecido de Bilbao este año, se remonta a sus abuelos. «Él era zapatero y ella vendía boronas –panes de maíz- cantando por el pueblo«, relata sobre sus años más felices, cuando se enamoró de su marido, Julián Arregui Garaigordobil, «doce años y medio mayor».

Sobrevivió al bombardeo de Durango (1937)

La guerra y la dictadura hicieron mella en su historia personal. Julián, miembro del PNV, fue encarcelado por falsificar documentos para ayudar a los perseguidos a conseguir salvoconductos hacia el exilio. «Cuando entraron los nazis en París, enviaron toda la documentación que había en la sede del Gobierno vasco a Franco. Fue acusado de espionaje y condenado a muerte. Pasó más de cinco años en la cárcel, en Ondarreta, en Porlier y en Segovia. Finalmente se salvó», repasa Luisa en uno de los pasajes más tristes de su vida que trata con emoción contenida y las heridas cicatrizadas. Luisa recuerda a la perfección el bombardeo del 31 de marzo de 1937 sobre Durango, semanas antes del de Guernica. «Estaba en la huerta de nuestra casa. Cuando me levanté vi a un miliciano muerto. Mi madre, que estaba en misa en Santa Ana, vio morir al párroco. Fue terrible. Yo perdí a muchas amigas allí», relata con la memoria bien viva.

En 1936, con veinte años, Luisa hizo oposiciones a maestra de Escuela Nacional, «pero como estalló la guerra lo invalidaron». Repitió en 1941 y sacó el título, ejerciendo en Durango y como interina en Orduña. Al tener dos hijas, en 1948 y 1952, lo dejó. Se reincorporó con 58 años «por situación económica», en Cestona, Beizama y Behobia, y se jubiló con 67. Un año después enviudó. «Fíjate, yo fui abuela a los 54 años y a mis casi cien aún no soy bisabuela», se lamenta de sus seis nietos, a los que adora.

Hay una anécdota que habla de lo extraordinario de esta mujer de alegre talante. Un día, hace unos cinco años, al coger un taxi para ir al médico el conductor, de Behobia, le dijo: «¿Usted es Beatriz?», aludiendo a otra profesora. Y ella le respondió: «No, yo soy Luisa. Y tú eres Iñaki Maíz». El taxista, emocionado, se quedó de piedra al verse reconocido, cuarenta años después por su vieja maestra. «Le conocí enseguida al ver los ojos azules por el espejo retrovisor. Yo le quería mucho a ese muchacho», afirma esta dama de cabeza prodigiosa mientras continúa con su relato rico de detalles sin fin.

«El secreto está en los genes. Mi madre murió a los 105 teniendo yo 80 años»

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