Esa pequeña porción de tierra en la que se fijaron los clásicos
Autores como Shakespeare o Dante se fijaron en la Comunidad foral, para bien y para mal

Que Navarra no es muy extensa en tamaño es algo evidente, no hay más que mirar sus escasos 10.000 kilómetros cuadrados actuales. Sin embargo, la fuerza de una región no se mide por la extensión. La Comunidad foral ha sido fuente de inspiración de numerosas obras literarias. Los más grandes escritores de la historia de la literatura como Shakespeare o Víctor Hugo, incluso Dante Alighieri se inspiró en ese pequeño pedazo de tierra para ilustrar uno de los cantos de la Divina Comedia.
Incluso ha sido hogar habitual de grandes escritores como Pío Baroa, vivió en Pamplona y pasó los veranos en la localidad de Vera de Bidasoa, donde todavía tienen una casa. También Gustavo Adolfo Bécquer encontró descanso en Navarra. Pasó temporadas en el Balneario de Fitero, donde escribió las leyendas de “El miserere” y “La cueva de la mora”.
Pero Navarra no ha pasado inadvertida para los grandes escritores clásicos. Los considerados como los más grandes autores de la historia de la literatura se refirieron a la Comunidad foral. Cervantes, todo hay que decirlo, sólo se refirió a Navarra en términos geográficos cuando sus personajes pasaban cerca además de alguna referencia a la famosa batalla de Roncesvalles donde los navarros derrotaron a Carlo Magno en el año 789.
El genial británico William Shakespeare fue más explícito con Navarra, hasta el punto que su obra Trabajos de amor perdidos se desarrolla íntegramente en la corte de Navarra, aunque fuera en la Navarra de ultrapuertos, es decir, en la Navarra francesa y que tenía su sede en la localidad pirenaica de Pau. En esta obra es famosa su frase: “Navarra será el asombro del mundo”.
Voltaire y Víctor Hugo
Otros clásicos de la literatura universal también han hecho referencia a la Comunidad foral. Incluso en francés Voltaire, junto a Romeau, escribió la obra La princesa de Navarra en 1745.
Víctor Hugo, gran viajero que recorrió toda Europa, se quedó prendado de Pamplona en los tres días que pasó en 1843 y sobre ella escribió en su libro Viaje a los Pirineos y a los Alpes que «Pamplona da mucho más de lo que promete» y que “en las calles hay algo interesante a cada paso y en las murallas uno queda encantado”.
Incluso Dante Alighieri introdujo a Navarra en su Divina Comedia, de la que dijo en el cant XIX «bienaventurada Navarra si se defendiera con el monte que la rodea», en referencia a la posible invasión de los franceses.
También los clásicos españoles han tomado como inspiración a Navarra para ilustrar sus palabras. Lope de Vega, en su obra La Arcadia, afirmaba que «veíase entre unos tajos y espesura Navarra bella, y en un alto monte, Lerín, y el río que le da hermosura; y de luces cubierto el horizonte, mostraba, en un palacio, la divina Doña Brianda, gloria de Beaumonte».
No todo va a ser admiración
Y Baltasar Gracián también habló de la Comunidad foral en El Criticón, aunque en términos no demasiado positivos ya que afirmó que «De Pamplona no se hizo mención, por tener más de corta que de corte, y como es un punto, todo es puntos y puntillos en Navarra», en referencia al carácter quisquilloso que apreció en los navarros.
Porque no todo van a ser bondades hacia los navarros en la literatura universal. Pero si queremos destacar una referencia negativa hacia Navarra, aunque injusta, posiblemente impulsada por cierto odio no explicado, nos quedamos con la descripción que escribió el francés Aymeric Picaud en su Códice Calixtino, escrito durante su viaje a Santiago. En él afirma de los navarros que «Es un pueblo bárbaro, distinto de todos los demás en costumbres y modo de ser, colmado de maldades, oscuro de color, de aspecto inicuo, depravado, perverso, pérfido, desleal, lujurioso, borracho, agresivo, feroz y salvaje, desalmado y réprobo, impío y rudo, cruel y pendenciero, falto de cualquier virtud y diestro en todos los vicios e iniquidades, similar en maldad a los Getas y a los sarracenos, y enemigo declarado de nuestra nación gala».
No podemos contentar a todos.