Entrevista | Javier Perianes, pianista
«Reinterpretar a los clásicos los hace más actuales que mucha música de hoy»
El pianista onubense aborda este fin de semana con la OSG, y bajo la batuta de dima Slobodeniouk, el Cuarto de Beethoven. Tras el ensayo, tiene un rato para hablar de música con ABC
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—Iba a ponerme cursi al principio y preguntarle eso de si dialoga con el piano cuando lo toca.
—Uno dialoga, otro disfruta, otro goza, otro padece. Esto es una experiencia que va más allá de lo mecánico, intentando alcanzar los máximos puntos de encuentro posible y enfrentándose lo mínimo al instrumento. La idea es sentirlo como una especie de prolongación tuya, que también es muy cursi. Pero hay que intentar no beligerar demasiado. Pero el piano es «solo» una manera de expresar lo que está pasando por dentro de uno.
—¿Hay fórmula para emocionar al piano?
—Yo no la conozco, porque las varitas mágicas no existen. Pero para emocionar a otro, primero tienes que sentirte conmovido por lo que haces. No puedes pretender contarle a una persona algo si tú mismo no te lo crees.
—Si nos diera por la alquimia y quisiéramos buscar esa fórmula, ¿estaría más cerca de la fantasía de Horowitz o del academicismo de Pollini?
—La emoción está cerca de esos dos palos, que no extremos. Yo creo que no hay recetas para tocar nada. ¿Qué tiene que ver el Chopin de Rubinstein con el de Michelangeli? ¿O el Ravel de Michelangeli con Samson François? Mucho, poco o nada. Pero todos son extraordinarios y trascendentes. En la variedad está el gusto, siempre que uno ponga al compositor por delante de uno mismo.
—Me dijo una vez un pianista que el Cuarto de Beethoven, que hoy y mañana interpreta en La Coruña, era «el concierto» por excelencia.
—Para mí sí ha sido el concierto, pero porque hay algo que te une a él, por experiencias pasadas. También es cierto que estoy tocando los cinco conciertos de Beethoven mucho, los vuelvo a hacer la semana próxima, y le empiezas a coger mucho cariño a cada uno, en sus particularidades y especificidades. Pero al Cuarto me unen cosas muy vinculadas al pasado, y siempre me ha parecido como un oasis en medio de ese lenguaje de afirmación beethoveniana que empieza en el Tercero.
—Al final acabamos siempre en los clásicos, oiga.
—Por algo será, ¿no? Los clásicos pueden estar más de actualidad que nunca, o nunca dejan de estarlo. Porque refrescamos esta música, y al interpretarla y reinterpretarla la hacemos más contemporánea que mucha música actual.
—¿Acecha la rutina al artista?
—Yo no lo he sentido, sino más bien lo contrario. Me noto con más ganas de estudiar, de buscar nuevos detalles, descubrir cosas nuevas, de obras que he tocado en infinidad de ocasiones. Me siento más curioso en lo que hago y menos sabio.
—Hace tiempo me dijo que no le atraía el Tercero de Rachmaninov. ¿Seguimos así?
—Como espectador, muchísimo. Es una música alucinante, fascinante. Pero como actor principal no es el repertorio en el que me he movido de una manera más cómoda. El repertorio te lleva por un sitio o por otro, al final.
—¿Y a dónde le lleva?
—Ahora mismo a Beethoven. En el futuro más cercano los conciertos de Brahms con orquestas británicas, con Harmonia Mundi grabaremos los conciertos de Chopin, el Tercero de Bartok con la Filarmónica de Munich, el de Ravel con la Orquesta de París... El repertorio me lleva a todos esos lados.
—En una entrevista decía que le molestaba el ruido ambiental.
—Si todos reparásemos, músicos y no músicos, qué cantidad de sonido innecesario nos asalta a diario. Intenta durante unos segundos guardar silencio en casa y disfrutar de ese silencio más absoluto. Es casi imposible. Cuando nos enfrentamos al silencio real y puro, es maravilloso sentirlo. Al final, el silencio es el cómplice perfecto del sonido.
—Casi se ha convertido en habitual de la Sinfónica de Galicia.
—Es curioso, porque puede dar esa sensación y no he venido tantas veces. Debe ser la cuarta vez que vengo en temporada, pero tengo la sensación esa, y estoy muy feliz de tenerla, porque desarrollar esa relación de amistad musical y entendimiento, porque admiro el nivelazo de la orquesta, me hace sentir muy satisfecho.
—Se va con ellos a Abu Dhabi de gira en enero.
—Sí señor, hacemos dos programas con Beethoven y Falla. Nos hace una ilusión enorme, por el prestigio del viaje. La orquesta va invitada a un ciclo con la City of Birmingham, la Gewandhaus y otras de ese calibre. Ya no es que hable a favor de la orquesta, sencillamente habla del respeto, la calidad y la consideración de la Sinfónica de Galicia más allá de nuestras fronteras.
—¿Cómo nos va con eso de la música clásica en España?
—Estamos pagando aún el pato de la crisis. Como siempre, el patito feo es la cultura, nuestros políticos han decidido que sea la que más difícil lo tenga. Estamos en un proceso cada vez más evidente de recuperación, pero muchas orquestas e instituciones culturales han sufrido el terror de esta crisis.
—¿Dentro de 30 años sabremos quienes son Falla, Turina o Albéniz?
—Estoy convencidísimo. Esos tres forman parte no solo de nuestra cultura, sino del patrimonio internacional de la música. Falla, que murió hace relativamente poco y ahora está de absoluta actualidad, dentro de treinta años se apreciará todavía más su música.
—Le han puesto su nombre al Conservatorio de Huelva. ¿Ha habido efecto llamada?
—¡Pues no le he preguntado al director, lo llamaré! Fue una decisión muy bonita, muy cariñosa, por parte del claustro. Cuando me llamaron no me lo podía creer. Allí pasé los mejores años y más felices de mi vida formativa, y que ese conservatorio lleve mi nombre me da miedo, vértigo y una enorme responsabilidad y gratitud hacia una ciudad que es mi segunda casa.
—Al final la música clásica, ¿ha sido, es y será un género para minorías?
—A lo mejor no es tanta minoría como mucha gente piensa. Hablamos de un lenguaje que requiere de cierta cultivación previa. ¿Serán para minorías los edificios de Nouvelle o Foster? Pues igual su delectación no es para grandes mayorías. Arquitectura, música, poesía... Las bellas artes, como exigen esa formación previa, pues no estarán al borde de la calle. Y a lo mejor es que tiene que ser así, no lo sé.
—¿Sueña el pianista con digitaciones?
—No sé si sueña, pero durante muchos momentos del día te persigue, sí. “Lo encontré, ya tengo la digitación para tal sitio”, es una frase que no es mía sino de Barenboim, pero es que la música es así, y te asalta. Porque no te puedes desconectar de algo tan trascendente como la música. Esto no es una profesión, es una vocación.
—¿El mundo sería mundo sin las Variaciones Goldberg?
—Sería un poco menos mundo sin las Variaciones, sin la última Sonata de Schubert, la Tercera Sonata de Chopin, la Sonata en si menor de Liszt, el Preludio y Fuga de Franck, el Segundo de Brahms, ¿sigo? El mundo sería menos interesante, la verdad.
—De Huelva, de la Cuenca Minera, va a trabajar con la Morente, ¿no le llama el piano flamenco?
—No, ¿y sabe por qué no? Porque me merecen un respeto extraordinario. Quienes lo hacen tienen el conocimiento, el nivel de formación, la experiencia, el toque, que yo no tengo. Zapatero a tus zapatos. Además, el repertorio que abordo con Estrella es absolutamente clásico, canciones de Falla, las que Lorca tocó con La Argentinita y unos arreglos para piano de El Amor Brujo. Si me sacas del repertorio clásico ya no soy yo.
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