El insulto territorial

Ya conocíamos esa autoatribuida superioridad intelectual del nacionalismo, sectario y recalcitrante como pocos. En Triacastela, tras rumiar el odio a quien libremente decidió acudir a los toros y disfrutar de la Fiesta, escupieron un «Galicia no es Andalucía», una suerte de insulto lanzado desde una superioridad aparentemente territorial.

Resulta miserable que quienes han sufrido durante años el uso del adjetivo «gallego» como equivalente a tonto —una acepción exportada desde Iberoamérica— ahora empleen el de «andaluz» con la misma intención ofensiva. Como si proceder de un determinado territorio definiera tu identidad como individuo. Es comprensible que el nacionalismo crea eso, porque es lo que siempre intenta cuando toca poder: intervenir en la sociedad para hacerla a su imagen y semejanza. Ramalazos totalitarios de manual.

No obstante, este deje de superioridad no es nuevo. En las actas del Parlamento están recogidas afirmaciones de todo un exvicepresidente de la Xunta decir que «Galicia no es Murcia», como si los murcianos no pudieran nunca ser considerados ciudadanos de primera como los gallegos, en el remoto caso de que existiera esa distinción.

El germen no es la insolidaridad, la estrechez de miras o la intolerancia al diferente, características habituales de los nacionalismos periféricos de nuestro país. La esencia es la falta de respeto a quien piensa distinto, un simple y llano complejo de inferioridad que genera situaciones como ese puñadito de vociferantes que en Triacastela insultaba a los taurinos invitándoles a que «fueran a leer».

Más que un libro, estos lo que necesitan es una buena ducha. Intelectual, entiéndase.