Sentido civil de una traición

La tradición, hoy agonizante, de la ofrenda del Antiguo Reino de Galicia a Jesús Sacramentado se remonta, con garantía documentada, a 1669. Es de raiz y jurisdicción lucense, pero a su convocatoria, el domingo de la octava del Corpus (antes, de la infraoctava) han venido respondiendo los ayuntamientos que constituyeron el antiguo reino de Galicia hasta la reforma de Javier de Burgos , y con ellos las instituciones de rango autonómico.

Solo el proverbial fanatismo de los beatones del sectarismo político y su no menos notoria falta de información les ha impedido comprender la dimensión civil de una tradición mucho más que piadosa y confesional. Así se explica la indiferencia con que alelados representantes municipales e indolentes dignatarios catedralicios asisten a la fulminación de una fiesta que durante el franquismo constituyó el único símbolo, tolerado y exhibido, de la Galicia autonómica: el testimonio de que Galicia seguía siendo un país que salvaguardaba su propia historia en una España encorsetada en la uniformidad.

Incapaces de atisbar ni de lejos el contenido laico de una ceremonia religiosa, las autoridades actuales no han sabido aprovechar toda la carga reivindicativa que se oculta tras el aparato de la ceremonia más o menos piadosa y más o menos folklórica, simplificada desde hace tiempo en una zarandaja de trámite y guateque, como corresponde a la campechanía dominante.

Cualquier corporación municipal no absolutamente aturdida habría visto en este acto una ocasión extraordinaria para revitalizar la endeble oferta turística de la ciudad y no dejaría escapar la oportunidad de promocionar una celebración sin equivalencia en España. Que pregunten en Toledo o en Granada.

Pero todo eso es mucho pedir, cuando ni siquiera la autoridad eclesiástica es capaz de abandonar la siesta en la que lleva echada desde hace años.