Poca Cosa

En los territorios feudales, el señor marca las normas. Así fue históricamente y la llegada de la democracia no ha cambiado en exceso las reglas de juego. Por eso Abel Caballero se permite el lujo de decir dónde, cómo y con quién quiere confrontar su proyecto para Vigo, o lo que viene siendo lo mismo, su plan de aceras, plazas y jardines para los próximos cuatro años.

Para él, Elena Muñoz es poca cosa y por eso tira por elevación hacia Núñez Feijóo, haciéndole la competencia a su teórico jefe de filas, Gómez Besteiro. Del mismo modo que fue poca cosa el PP esta legislatura, a pesar de contar con más concejales y votos que él mismo. Pero también son poca cosa los medios de comunicación que osan criticarle o incluso preguntarle en las escasas ruedas de prensa que consiente protagonizar.

Por ser poca cosa lo son hasta esos vecinos de Coia que se atreven a cuestionar que se gaste dinero en el Alfageme y no en servicios sociales, o incluso los miles de ciudadanos de Vigo que quisieran disfrutar del transporte metropolitano pero se van a quedar con las ganas porque él no está para satisfacer a nadie que no sea él mismo.

Poca cosa, en general, son todos menos el propio Caballero, desde esa perspectiva prepotente y soberbia con que observa la realidad social y política. Aunque hay una verdad innegable: con estos aires de señor feudal del Medievo las encuestas le sonríen. Cabría preguntarse entonces si Vigo tiene lo que merece por comprarle este discurso antipático y tóxico o, por el contrario, es que no tiene otra cosa para elegir.