EL GARABATO DEL TORREÓN
¿Quién fue Gayoso Castro?
Quizá sea oportuno traer hoy a la memoria la personalidad de uno de los muchos lugueses condenados al olvido
Con ejemplar fervor propagandístico, plenamente acorde con la vigente matraca publicitaria, el presidente de la Diputación de Lugo inauguró esotro día un centro de recría de ganado del que se esperan importantes éxitos pecuarios, una vez, eso sí, que entre en funcionamiento, contingencia prevista para no se sabe cuando. Huelga decir que hubo discursos, parabienes, abrazos y planas impresas. El tinglado ocupa las antiguas instalaciones de la granja Gayoso Castro, una de las escasas iniciativas de la Diputación lucense que ha rendido a la provincia servicios tangibles.
La granja lleva los apellidos de quien afrontó la iniciativa de su puesta en marcha, José Gayoso Castro, sucesivamente diputado, vicepresidente y, desde 1943 hasta su fallecimiento el 29 de diciembre de 1946, presidente de la Diputación. Su onomástico da nombre al viejo hospital de San José, otro de sus útiles y duraderos proyectos.
Quizá sea oportuno traer hoy a la memoria (histórica, por supuesto) la personalidad de uno de los muchos políticos lugueses condenados al olvido por el delito de haber vivido en su época. Gayoso Castro fue periodista y abogado. Estuvo al frente de El Progreso (el diario que los lucenses consideran tan institucional como el Registro de la Propiedad) cuando su salida a la calle, en 1908. Era entonces un joven abogado de 25 años, muy apegado a la política del liberal García Prieto. Andando el tiempo había de ser decano del Colegio de Abogados, presidente del Círculo de las Artes y del Tribunal Tutelar de Menores y secretario de la Cámara de Comercio. Su fama de gran jurista tocó cima en 1919, cuando se ocupó de la defensa de la familia Carreira, acusada del asesinato de un guardia municipal.
En su afán (algo indecente) de apoderarse incluso de lo que no es suyo, algún diputado del recuelo nacionalista se refirió a la granja Gayoso Castro como granja Gaioso (Castro), para ver si así el verdadero patronímico se diluía en el falso topónimo. De momento, la trampa no cuela.
Noticias relacionadas