pazguato y fino
Víctimas del odio
Ayer se hizo justicia. Tardía, pero justicia
Si yo fuera —que no lo soy— alguno de los individuos que se enfundaron una careta de Pikachu aquel 19 de mayo para increpar de manera anónima a siete personas pisoteando su presunción de inocencia, en primer lugar sentiría vergüenza por mi cobardía y sonrojo por el disfraz elegido. Si mi odio me hubiera llevado a insultar al que piensa distinto como modo para amedrentarlo, acosarlo y humillarlo, seguramente estaría satisfecho porque logré lo que me propuse.
Y si hoy, nueve meses después de mi mediática hazaña, me almuerzo con que aquellos siete individuos del PP contra los que grité y vertí mi mala sangre eran inocentes... ¿Qué debería pensar? ¿Que me equivoqué porque mi cerrazón y mi sectarismo me nublaron el entendimiento? ¿Que debería disculparme públicamente por un comportamiento obsceno y que me cuestiona como ser humano? ¿O todo me da igual porque conseguí el objetivo que quería de ensuciar y enfangar la imagen de un partido político a toda costa? Como mi alma debe ser negra como la tiña, seguramente me quedaría con la última de las interrogantes.
Afortunadamente, no hice el payaso vestido de amarillo. Lamentablemente asistí como ciudadano a la lapidación pública de siete ciudadanos que no metieron la mano en la caja, que no formaron parte de ninguna trama para financiar irregularmente a nada ni a nadie, que no se corrompieron. Su único delito —que no fue tal— consistió en adoptar una decisión conforme a un informe municipal y caer en las manos de la juez y la fiscal equivocadas, y un juez sustituto con ansia de minutos de fama y gloria pasajera.
Ayer se hizo justicia. Tarde, pero justicia. Nadie puede compensar el dolor, el sufrimiento, el daño moral y psicológico a los exconcejales y sus familias. Todo esto ya está muy gastado, pero no caerá en balde si aprendemos la lección: evitemos juzgar nosotros para no acabar sintiéndonos como desalmados con disfraces y máscaras amarillas.
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