EL GARABATO DEL TORREÓN
La cultura, aseo político
De lo que se habla en esta columna no es de partidos ni despachos, sino de ética
Azaña fue uno de los más brillantes prosistas de su generación, Maura compaginó la «revolución desde arriba» con la presidencia de la RAE y Cánovas ocupó escaño en cinco reales academias. Incluso nuestro tiempo conoció a políticos como Fraga, que deglutió medio Espasa, y Calvo-Sotelo, lector empedernido desde mucho antes de revelarse como gran memorialista. Ello no significa, sin embargo, que para el desempeño de la función política sea exigencia irrenunciable el grado de la erudición polígrafa, ni el primor literario, ni el don de la oratoria, ni siquiera un natural buen gusto. Se puede ser un buen gestor de la res publica e ignorar lo que son consonantes fricativas o bostezar con los coros canónicos de Schönberg.
Pero a los políticos a quienes las circunstancias adjudican responsabilidades en el predio cultural (uno más entre los que suele parcelarse el solar de la administración de un país, una autonomía, una provincia o un municipio), a esos impudentes que aceptan sin pestañear la incumbencia de manejar elevadas partidas presupuestarias camufladas bajo epígrafes tan prolijos como «Cultura y Deportes», «Cultura y Turismo», «Cultura, Turismo, Ensino, Normalización Lingüistica e Patrimonio Histórico», «Cultura, Turismo, Xuventude e Promoción da Lingua» o «Industria, Turismo, Cultura y Fiestas», debería reclamárseles un cierto aseo (al menos durante sus comparecencias públicas) en el uso de los modestos materiales con que se construye el austero edificio de una cultura básica.
No queda muy bien que digamos, e incluso suscita cierto rubor entre el personal medianamente instruido, asistir a los vapuleos gramaticales (nada decimos de los apaleamientos conceptuales ni de las zurras histórico/arqueológicas) con que los políticos se despachan en toda ocasión propicia a la propaganda y el autobombo, ya sea el descubrimiento de un monolito, ya la devolución a su escaparate de una colección de orfebrería prerromana, ya la presentación de una cata etílico/literaria. Es obvio que una mediana instrucción no garantiza el acierto en la gestión pública. Pero de lo que se habla en esta columna no es de despachos, ni de partidos, ni de diputados, sino de estética. Y, por lo tanto, de ética.
Noticias relacionadas