Sociedad: catástrofes y solidaridad

El Día más triste de Galicia deja 80 muertos en el Alvia

Atardecía el 24 de julio de 2013 cuando un tren con más de 200 pasajeros descarriló al tomar una curva al doble de lo autorizado en las afueras de Santiago

El Día más triste de Galicia deja 80 muertos en el Alvia EFE

abraham coco

A las 20.41 del 24 de julio de 2013, Toño se levantó para coger la maleta. Fue la última vez que Carmen, su novia desde hacía ocho años, vio sus ojos abiertos. A esa misma hora, Cristóbal comprobaba que su bicicleta seguía donde la había dejado al empeñarse en subir en Puebla de Sanabria; Jesús se disponía a entrar en una cafetería donde nunca más se bebería café, y en la plaza del Obradoiro, una marabunta esperaba para contemplar los fuegos del Apóstol . Fue entonces cuando desde el bar Rozas O Tere se alertó. Y, a continuación, comenzó una marcha fúnebre de teléfonos para anunciar que un tren acababa de descarrilar a la entrada de Santiago y había muertos, a cada minuto más muertos. Ochenta personas jamás volvieron a descolgar el suyo.

Ocho vagones de pasajeros —más la cafetería y los cuatro de locomotora— se salían de la vía en una curva —que después se haría conocida con el nombre de A Grandeira— a más del doble de la velocidad permitida. El maquinista se había despistado con una llamada de intendencia del interventor. Fueron 109 segundos fatales en los que hablaron sobre la estación de Pontedeume en la que varios viajeros se apearían. Cuando quiso colgar, ya era demasiado tarde para frenar y lo que antes eran cómodos convoyes, se convirtieron en cuevas oscuras y mortajas.

A las 20.41 del 24 julio de 2013, el Alvia 01455 procedente de Madrid circulaba a 190 kilómetros por hora en un punto en el que debía hacerlo a 80. Francisco José Garzón Amo, un veterano en las máquinas de Renfe , salió de la cabina ensangrentado de lamentos. «Espero que no haya muertos, porque caerán sobre mi conciencia», declaraba tras escribir el guión de la mayor tragedia ferroviaria de Galicia, una de las tres peores de España. Después vendría su imputación por homicidio imprudente. También el empeño del juez Luis Aláez en analizar si hubo más responsables del Ministerio de Fomento. Sus autos de imputación siempre fueron alegados por el fiscal, al que la Audiencia Provincial de La Coruña ha dado la razón hasta ahora, cuando la instrucción sigue aunque con cambio de magistrado.

Del amasijo de traumatismos, los trabajadores de emergencias lograron sacar decenas de cuerpos moribundos de entre cadáveres y supervivientes a quienes el azar les entregó una butaca con vistas al futuro. La mayoría de los críticos —ingresados en unidades de cuidados intensivos con pronósticos tan graves que no bastaba con un padrenuestro— fueron recibiendo el alta en los días, las semanas e incluso los meses siguientes. El otro alta —el de las pesadillas constantes y el pavor incluso a un ascensor— muchos de ellos todavía lo continúan peleando.

A las 20.41 horas del 24 de julio de 2013, el barrio de Angrois comenzó a aparecer en el mapa. Sus vecinos fueron quienes primero socorrieron a las víctimas . Hubo incluso un vagón que salió despedido a pocos metros de varias casas. Ellos improvisaron camillas sobre sus hombros, echaron mantas por sus ventanas y abrigaron heridos —más de 130— durante los minutos en que tardaron en ser trasladados a los hospitales. Y tras la sinfonía de ambulancias, silencio en la aldea en la que agradecieron los homenajes —muchísimos homenajes— pero huyeron de la heroicidad y, sobre todo, de convertir su zona en un cementerio de nostalgias. Pero todavía hoy siguen consolando a quienes a diario se acercan con lágrimas y recuerdos.

En las urgencias de los hospitales se amontonaron tantos médicos, enfermeros, auxiliares o celadores que incluso sobraron manos. Quienes estaban en sus casas se reincorporaron a sus puestos y los que terminaban turno, lo alargaron cuanto fue necesario. Una marea de donantes repuso la sangre perdida en los raíles. Para muchos no llegó a tiempo. Sus familiares viajaron desde sus lugares de origen, repartidos por España e incluso en países extranjeros, para enterrar sus cuerpos tras practicar las pertinentes autopsias tan rápido como la garantía de no cometer errores permitió.

«Hemos vuelto a nacer en este barrio; llevamos sangre gallega» , proclamaron las víctimas en el emotivo acto del primer aniversario celebrado en Angrois. Una superviviente recordó esa tarde que en el trayecto emitían en los vagones la película «El lado bueno de las cosas». Y, aunque en semejante tragedia es imposible encontrarlo, el 25 de julio no sólo fue el Día más triste de Galicia, también el más solidario.

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