Avelina, la «palilleira» de casi 110 años
Cada Nochebuena, esta coruñesa de la Costa da Morte sopla velas. «No pensé que los años corrieran tanto», afirma
«La muerte no se acordó de mí», afirma Avelina Mouzo Leis, la más anciana de Galicia que no pierde la retranca. Cada 24 de diciembre, esta coruñesa celebra de forma discreta algo más que la Nochebuena: su propio cumpleaños. Este mes serán ya 110 y con una salud envidiable. Al margen de algo de sordera, esta supercentenaria de la Costa da Morte se vale por sí misma en su vida diaria. Y en cuanto puede, echa mano de la escoba.
El pueblo gallego de los centenarios es Sober, en Lugo, que cuenta con hasta siete vecinos por encima de la centuria. Sin embargo, Avelina es de la localidad coruñesa de Camariñas. Vive en la parroquia de Ponte de Porto junto a una hija, un yerno y una nieta, quien ha preferido ahora que su abuela esté tranquila lejos de la prensa, aunque en los últimos años su historia ha llenado páginas de la prensa local en cada aniversario.
«No tengo ganas de morir. Estoy bien», ha venido afirmando a lo largo de este tiempo, siempre llena de consejos y afable: «Hay que aprovechar mientras se sea joven». Ella confiesa que nunca paró y, de hecho, le gustaría volver atrás para seguir disfrutando: «Querría ser más joven para saltar por ahí».
«Hay que aprovechar mientras se sea joven»
Recuerda sus fiestas y romerías junto a amigas cuyos nombres todavía es capaz de enumerar. Al igual que el de su profesora de la infancia, doña Constanza, para quien sólo tiene buenas palabras. Con ella aprendió a escribir su nombre y a leer. Compartía clase con la hija de la condesa de Taboada hasta que su madre decidió que era momento de convertirse en «palilleira», un oficio tradicional típico de la comarca al que se dedicó como tejedora de encajes.
«Cómo corren los años. No pensé que lo hicieran tanto», afirma Avelina, que recomienda rezar a San Antonio para encontrar «un buen novio». Conviene hacerle caso en este y otros muchos asuntos. Aún baja las escaleras, habla, come y se asea sola, conoce, pasea, cuelga la ropa y friega la loza. Toda su vida ha transcurrido en el occidente español, donde le gustaba tocar la pandereta, y allí seguirá soplando velas sin perder la sonrisa.
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