El alcalde que no debió ser

Nadie va a echar de menos a Ángel Currás en el Concello de Santiago. No, desde luego, una mayoría de vecinos que lo percibía como un político débil, sin proyecto de ciudad y generando problemas artificiales como la rotonda de Galeras. Tampoco un grupo municipal que ya no es el suyo, después de que Agustín Hernández recompusiera los concejales según sus necesidades. Y el partido piensa de modo similar, consciente de que probablemente se equivocaron al dejar que Conde Roa designara a su sucesor cuando se conoció su lío con Hacienda.

Ese fue el momento decisivo de esta legislatura municipal en Compostela, el relevo de Gerardo Conde Roa. De haberse seguido la opinión de algunos dirigentes provinciales, Agustín Hernández habría ocupado el sillón de Raxoi entonces, y no a falta de nueve meses para la cita con las urnas. Sus posibilidades para revalidar la mayoría absoluta serían otras. Por no apostar con ambición en aquel momento, llegó un desgobierno generalizado, con bandos enfrentados y ajustes de cuentas por las esquinas del Concello.

La gota que desbordó el caos fue la ausencia de Currás —y la concejala Reyes Leis— en la junta de gobierno que apoyó el pago de la defensa de Adrián Varela, y que desembocó, esperpento judicial mediante, en la inhabilitación de siete ediles. Unos pagando por los supuestos pecados de otros, mientras el alcalde miraba para otro lado y se desentendía de la descomposición de su propio equipo.

Por eso cuesta entender que quien nunca lo puso fácil, quien intentó aferrarse al cargo cuando un juez sustituto lo dejó sin medio gobierno, ahora reciba una supuesta invitación a marcharse tan suculenta como Tragsa. De ser cierto no lo merecía, la verdad. Pero algo está claro: debe irse. Y ya.