Señora juez, ya lleva dos

En estos tiempos tan exigentes, la sociedad ha asumido que cabe pedirle cuentas a diputados, alcaldes, concejales, consejeros, banqueros —con o sin tarjeta «black»—, empresarios y todo hijo de vecino cuya gestión no haya sido lo ejemplar que cupiera esperar. Otra cosa es que esas responsabilidades luego se asuman, que ya sabemos que ocurre poco, tarde, mal y a rastras. Pero quienes parecen haber escapado de este grado de exigencia son los miembros del estamento judicial, casta —esta sí, con aforamiento de serie— funcionarial que algunos han querido revestir como los justicieros de nuestros días, paladines de una supuesta justicia social que posee el coraje de ir en contra de las perversas dinámicas del sistema aunque sea vulnerando incluso las mismas normas que deben aplicar. A lo Garzón o Elpidio, vamos.

Podríamos llegar a comprar esta entelequia, esta Arcadia feliz, si no fuera porque una Justicia que vulnera las formas no es Justicia, sino un mal chiste. Y si se reincide en los errores formales ya no se sabe si es atribuible a la torpeza, a la incompetencia o al atrevimiento. Cualquiera de estas razones sería suficiente para exigir la reprobación de un juez. Por eso la actuación de Estela San José merece una reprobación de su órgano de gobierno sectorial, el CGPJ, por al menos tres razones.

Primera, haber gastado dinero de los contribuyentes en una investigación que ella misma invalidó saltándose el principio constitucional del juez ordinario predeterminado, tal y como afirma la Audiencia Provincial. Segunda, porque derivada de una instrucción fallida por defectos de forma, ¿quién devuelve ahora la honra mancillada por una legión de informaciones filtradas a los imputados en este caso? ¿La señora juez? Y tercera, porque San José es reincidente y ya la sonrojaron en el caso de las multas. Tengan una cosa clara: ni la reprobarán ni la amonestarán. Así es el CGPJ. Y ya veremos cómo acaba la «Pokemon». Al tiempo.