HOTEL DEL UNIVERSO

Economía doméstica y economía onírica

«Entonces mis hijos, obedientes, apagan la tele, se quedan paralizados y absortos, con la tostada a mitad de camino de su boca»

carlos marzal

Hablar de la economía doméstica está de moda , pero no porque los economistas de moda hablen de ella, sino porque es la única de la que pueden hablar los que no saben nada de economía . En mi domus, cuando mi mujer y yo interrumpimos los análisis sobre alta economía (ya saben ustedes: la prima de riesgo, la deuda externa, el FMI, las opas hostiles, la conveniencia o no de rebajar el tipo de interés en los préstamos del Banco Central Europeo, y asuntos por el estilo), cuando rebajamos el nivel intelectual del desayuno o la cena , y deseamos instruir a nuestros hijos en las vicisitudes de la vida práctica, hablamos de la llamada economía doméstica.

Hijos míos – les digo, para que apaguen la tele y dejen de ver el capítulo de turno de Los Simpsons , y presten atención a otra de las enseñanzas que tiene como propósito hacer de ellos unos adultos responsables–, vuestro progenitor os va transmitir parte de su legado intelectual. Atendedme. Entonces mis hijos, obedientes, apagan la tele, se quedan paralizados y absortos, con la tostada a mitad de camino de su boca, o con el tenedor detenido en el aire, y abren sus ojos de par en par . Yo, didáctico, imparto la lección: Vuestro padre está tieso como la mojama, de manera que a partir de hoy nada de tanta chuche, ni tanto videojuego, ni tanta ropita ni tanto capricho. Criaturas, ha llegado el momento de que hagamos un serio ajuste presupuestario , con vistas a disminuir nuestro déficit microeconómico. Espero que sea una medida pasajera. Agradezco vuestros esfuerzos.

Vale, papá, lo que tú digas –me contestan, y vuelven a encender la tele y siguen engullendo . Así, con ocasionales paréntesis pedagógicos, es como creo que mejor se forman nuestros jóvenes.

Mi definición de la economía doméstica es bien sencilla : consiste en gastar el dinero que uno apenas tiene, para pagar todo aquello que no le apetece en absoluto. Porque, seamos sinceros, ¿a quién le gusta gastarse lo que gana, en la hipoteca, en el alquiler, en la letra del coche, en el plazo del lavavajillas, en la declaración de renta, en el Impuesto de Bienes Inmuebles? ¿A quién le gusta gastarse lo poco que tiene en el acto de sobrevivir?

Sobrevivir –la economía doméstica– es un coñazo. Lo que mola es vivir; esto es, todo lo que no contempla la economía doméstica. Lo chulo es la economía onírica : todo lo que haríamos si no tuviésemos que hacer economías de naturaleza doméstica. La economía onírica es la del segundo coche (deportivo) que no necesitamos, la de las grandes cenas con los grandes vinos en los grandes restaurantes, la de los largos viajes de viajero (y no de turista), la de los cuadros originales, la de las primeras ediciones en nuestra biblioteca. En resumen, la de la bondad universal: las buenas casas, los buenos objetos, los buenos rendimientos de nuestro capital mobiliario e inmobiliario.

Hijos míos – les digo, camino del cole, para que se quiten los auriculares de sus Ipods y me escuchen –, aquí va otra píldora de sabiduría. Es preciso redistribuir los sacrificios, en beneficio de la comunidad. Desde mañana no compraré el Marca.

Vale, papá, lo que tú digas.

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