fil de vint
Lo que nos jugamos el 27-S
«Coincido en tender puentes con Cataluña, pero no con sus gobernantes»
Los valencianos no votamos hoy, pero nos jugamos tanto en las elecciones autonómicas catalanas (pues para eso se ha llamado a las urnas a nuestros vecinos del norte, para elegir un Parlamento autonómico, aunque Artur Mas, Oriol Junqueras y los suyos hayan logrado pervertir el 27-S hasta que se parezca al referéndum que no pudieron celebrar) como el resto de España. Quizá más. En el plano económico , sobre todo, como han podido leer en el análisis de mi compañero Alberto Caparrós que precede a este artículo . Pero también en el cultural y político (la información de Manuel Conejos en esta misma página ofrece solo una pincelada).
Coincido con el presidente de nuestra Generalitat, Ximo Puig, en que la política de la Comunidad Valenciana hacia Cataluña ha de ser la de «tender puentes, y no construir diques». Con Cataluña. No con sus actuales gobernantes , que aspiran a pasar a la historia (así, con minúscula) como los protagonistas de un acto absurdo de fútil desobediencia civil. Y los puentes que quiero con Cataluña, a la que obviamente prefiero dentro de España, deben poder recorrerse en ambos sentidos.
No solo del norte hacia el sur. Si el puente solo va a servir para que nos sigan inoculando la idea de unos supuestos «países catalanes» fundados por Jaume I (como se lleva haciendo desde hace décadas, incluso bajo gobierno del PP, en las líneas en valenciano de la educación pública), quizá haya que pensar, entonces sí, en levantar diques.
Eso es lo que nos jugamos este domingo, además del Corredor Mediterráneo, la balanza comercial interna o la competencia entre los puertos de Valencia y Barcelona . Quiero creer que Puig no está por la labor de construir esos ficticios «países catalanes» (equivalentes al Mordor de El Señor de los Anillos, en brillante comparación de una senadora del PP). El problema es que sus compañeros de viaje se prestan con entusiasmo a ello.
Tenemos un conseller de Educación que proclama que «sin Valencia, no hay independencia» . Decenas de gobiernos locales «de progreso» que esconden la bandera y el himno de España. Un Pacto del Botánico, en el que se sustenta el Consell, que no llama a la Comunidad Valenciana ni una sola vez por su nombre oficial. Y ojo, porque «País Valencià» no es una nomenclatura inocente, y quien la emplea no la elige por su sonoridad: es el primer escalón para terminar hablando de «países catalanes».
Esquerra Republicana, diluida ahora en Junts Pel Sí , llevaba en su programa europeo la propuesta de arrastrarnos al proceso soberanista. Los Òmniums y Asamblees varios que sustentan la locura secesionista no se cansan de parir disparates sobre cuál debe ser la relación entre una Cataluña hipotéticamente independiente y el «País Valencià». El Gobierno de Artur Mas (como antes los de José Montilla, Pasqual Maragall o Jordi Pujol) lleva décadas intentando convencernos, TV3 mediante, de que el Siglo de Oro valenciano fue en realidad catalán, o de que Ausiàs March era de Reus.
Mientras todo esto pasa al norte de Vinaròs, donde no podemos votar los valencianos, me preocupa cuál es la réplica aquí , donde ya hemos votado. Empezar prometiendo derogar la Ley de Señas de Identidad que impide destinar subvenciones públicas a fomentar semejantes dislates, desde luego, no parece un buen síntoma.
Confío en que, pese a todo, la cordura y «el seny» se acaben imponiendo a uno y otro lado de Vinaròs. Porque es cierto que, si Isabel y Fernando no se hubieran casado, quizá España no habría existido (aunque tampoco Cataluña). Pero también lo es que, por ejemplo, la actual Italia solo existe desde los años 30 del siglo XX. Y que Isabel y Fernando se casaron en el siglo XV, mucho antes de que naciera el abuelo de Junqueras.