HOTEL DEL UNIVERSO

Reivindicación del inverneo

«Veranear» es un verbo musical y con cadencia, con prestigio sociológico, mientras que «invernar» tiene ecos ingratos

carlos marzal

La invención del veraneo, qué duda cabe, es una gran idea, pero, como sucede con todas las ideas, no conviene exagerar. El Veraneo –con mayúscula, con rotundidad, absoluto y salvaje- es el de los niños y los adolescentes : lo de los adultos se llama vacaciones, con sus servidumbres, con sus inconvenientes, con sus murgas. No quiero abundar en algunos tormentos vacacionales (porque cada cual tiene los suyos, y porque no quiero caer en esa demagogia sentimental de carácter negativo, con la que los recalcitrantes sugieren a veces que se vive mejor trabajando); pero lo cierto es que el verano tiene vecinos (esos vecinos que aspiran a adquirir corporeidad cada noche, gritando y riendo en la puerta de su casa hasta la madrugada), y tiene discomóviles (con ese volumen y esa reiteración tribal del ritmo, que le hacen parecer a uno, tumbado en la oscuridad de su habitación, a las cinco de la mañana, un preso de Guantánamo), y tiene los deberes escolares de los niños, y tiene todo lo que tiene . Ustedes vosotros lo sabéis.

Tengo la certeza de que al veraneo, para llegar a ser la Idea, y no sólo una idea excelente , le falta convertirse en una rutina: la rutina de veranear (que podría verse interrumpida, por ejemplo, durante un mes al año, por la obligación de entregarse a algún oficio). Cuando uno empieza a amoldarse a las vacaciones, a convertir lo excepcional en costumbre, el verano se acaba, y regresa de sopetón el invierno laboral (que consiste en la esclavitud del trabajo, en cualquier estación del año).

«Veranear» es un verbo musical y con cadencia, con prestigio sociológico, mientras que «invernar» tiene ecos ingratos: de adormecimiento, de lasitud, de falta de riego sanguíneo. El veraneo posee su leyenda dorada, de tintes mediterráneos , del profundo Sur. El “inverneo” suena a nieves perpetuas, a brumas nórdicas, y a mares más o menos noruegos que invitan al suicidio y a la composición de dramas acerca de la escisión de la personalidad. Sin embargo, quiero reivindicar el inverneo, porque consiste en la vuelta de las rutinas privadas, y las rutinas privadas son el sistema que nos otorga identidad. (La repetición es la heideggeriana casa del ser. Insisto, luego existo.)

Me marcho de inverneo a partir de hoy , y con él vuelven mis objetos custodios (y no esos cachivaches de los hoteles, de los apartamentos de alquiler, del chalet de los suegros), y vuelven los periódicos comme il faut, con su anabolizante musculatura de papel; y vuelve el Mercadona del barrio (con sus exquisitos pollos a l´ast, y sus bandejas de bacalao al pilpil, y su samaritana crema de manos Deliplús, entre otros prodigios), y vuelve la Liga, con su semanal partido del siglo, y vuelve el independentismo catalán (ese hábito tan español de dar la lata hasta el pudrimiento, de convertir la queja en una idiosincrasia ), y vuelven los programas del corazón (que nunca se han marchado de vacaciones, y que constituyen un psicodrama moral transautonómico, el gozne que vertebra la España invertebrada, y que une en la catarsis del llanto a catalanes y andaluces, a vascos y extremeños, programas que deberían estar amparados por una emmienda especial de la Constitución, Segunda Parte, que se avecina), y vuelven las oscuras golondrinas del poeta. Vivir es ver volver, lo dijo alguien.

Vivir es invernar, porque el inverneo dura más que el veraneo fugaz de los veranos. No tiene canción única (la canción del verano), sino mil y una canciones. Me declaro desde ahora inverneante perpetuo. Ustedes vosostros tenéis que hacer lo mismo y acompañarme.

Reivindicación del inverneo

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