Enormes minucias de verano (2): Nostalgia del balón

No hay nada tan triste como una portería de fútbol sin futbolistas alrededor. Si en lugar de ser sólo una portería de fútbol y las solitarias son muchas , la tristeza se convierte en infinita. Sin jugadores que griten, que corran, que acosen al portero, sin espectadores sufrientes en la banda, los campos de fútbol padecen una de las orfandades más amargas del destino . Sin un balón rondando los tres palos, los tres palos de una portería parecen criaturas abandonadas a la puerta de un convento. Las porterías de fútbol solitarias: niñas del hospicio, de la inclusa.

En verano no hay temporada de fútbol, se cuelgan las botas por un tiempo, los equipos cierran los vestuarios, los utilleros doblan las camisetas, las medias y los pantalones de los jugadores, las gradas se vacían. Sobre el universo mundo se abate la sombra trágica del descanso. Los niños se consuelan de la desgracia de que no haya liga en la que jugar, con sucedáneos paliativos: se bañan en las playas, dan raquetazos en las pistas de tenis, montan en bicicleta, atropellan a adultos y ancianos con los videojuegos de sus tabletas y teléfonos móviles. Pero en el fondo de sus corazones hay una muesca de infelicidad absoluta , que sólo puede curar un balón bien hinchado y un partido de fútbol jugado a vida o muerte, como se juegan todos los partidos cuando se es niño.

La nostalgia del balón es corrosiva: corroe las porterías que esperan demostrar su utilidad, corroe el espíritu combativo de los futbolistas, corroe el alma levantisca de los espectadores , corroe los fundamentos de la sociedad civil. Menos mal que todo lo curará el primer gol de la nueva temporada.