HOTEL DEL UNIVERSO

Zerolo y los zombies

«No conocí a Zerolo. Pero siempre lo consideré de la familia: ese primo canario que deberíamos tener todos los pobrecitos peninsulares»

carlos marzal

A pesar de lo que digan algunos politólogos eminentes, las ideologías no sólo no están muertas, sino que parecen más vivas que nunca. Lo que ocurre es que los politólogos no saben de cinematografía, no se cultivan en la serie B, no están puestos en el género de zombis, y por eso no acaban de dar en el clavo (ese clavo que suele llevar el zombi clavado en la sien). Las ideologías están muy vivas, como los políticos, pero a la manera de los muertos vivientes: inestables, erráticas, temblorosas, famélicas. Las ideologías –disculpen– siempre han pertenecido al subgénero del cine de terror, más o menos digno según las ocasiones.

Mi opinión de politólogo de mesa camilla considera que las ideologías representan un aderezo teatral de la personalidad: la parte que convierte en personaje genérico a la persona. De ahí que lo ideológico de las personas me haya importado por lo general un pimiento: un pimiento del piquillo, con denominación de origen protegida por mí.

Quiero decir que las ideologías –salvo algunas monstruosidades que no merece la pena considerar– nunca me han parecido, a priori, ni un mérito ni un demérito del individuo. Me importan las personas: sus comportamientos concretos, sus actitudes privadas y públicas. La máscara de la ideología jamás podrá embellecer el rostro de un cretino. Y los cretinos, con máscara o sin ella, abundan en todos los ámbitos ideológicos.

De ahí lo difícil que resulta percibir a la persona, por debajo de la teatralidad ideológica del político. El muerto viviente se come al vivo, porque necesita alimentarse de carroña. Acabamos, por comodidad, por imposibilidad de conocer a los políticos, votando o no a las personas que intuimos por debajo de los personajes ideológicos que los políticos tratan de ser. El famoso lema del «Programa-Programa» es un bluf: porque los programas los aplican las personas (de ahí que se los salten cuando les viene en gana). Mi lema es «Persona-Persona».

El político más persona de los últimos tiempos me parecía que era Pedro Zerolo. Entre tanto zombi, se le veía inmunizado contra las mordeduras de los Caminantes, contra el mal humor de los recalcitrantes, contra la hipocresía de los bienpensantes. Luchó en especial por una causa a la altura de la condición humana (cuando la condición humana está a la altura de sí misma): el derecho de todos a vivir libremente su identidad sexual. Los derechos civiles (entre otros asuntos) constituyen la verdadera política de las personas frente a tanta política de los personajes. Creo que supo aunar la firmeza extrema en la defensa de sus convicciones con la extrema amabilidad.

Las ideologías siguen muy vivas, pero entrando y saliendo de la tumba cada dos por tres. La población ideológica de zombis aumenta, según los últimos recuentos. La condición teatral de la política española se agudiza. Echo en falta algunas personas en este reparto.

No conocí a Zerolo. Pero siempre lo consideré de la familia: ese primo canario que deberíamos tener todos los pobrecitos peninsulares.

Zerolo y los zombies

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