HOTEL DEL UNIVERSO

La habitación de llorar

«Parecen españoles caóticos, los resultantes de una enumeración que barajara la paella y San Juan de la Cruz»

carlos marzal

Los japoneses son un pueblo admirable. Admirable y extraño. En mi selectiva ignorancia sobre lo japonés –como me imagino que nos sucede a un alto porcentaje de compatriotas– me extraño y admiro por su mezcla de refinamiento y brutalidad, de delicadeza y extravagancia. A veces, uno diría que son unos españoles con los ojos rasgados (a no ser por ese gusto incondicional hacia cosas como el flamenco, el jamón de Jabugo, las sevillanas, los toros y las tiendas de Loewe, algo que sólo sucede en extravagantes ciudadanos extranjeros).

Las enumeraciones caóticas de asuntos bastante visibles de lo japonés arrojan un cierto caos sobre ese universo: sushi y cómics manga, katanas y combates de sumo, haikus y kamikazes, la ceremonia del té y la yakuza, el hara-kiri y los kimonos de seda estampados, con escenas de almendros en flor y al fondo el monte Fuji. Lo que decía más arriba: parecen españoles caóticos, los resultantes de una enumeración que barajara la paella y San Juan de la Cruz, la Inquisición y los abanicos, la Semana Santa zamorana y los jazmines en flor, la fabada y el Museo del Prado, la Mezquita de Córdoba y la cuerda de participantes en Supervivientes. Qué españoles estos japoneses, y qué japoneses los españolitos.

Tengo la impresión de que los japoneses se atreven a hacer cosas españolas a las que los españoles no se atreven. Como eso de programar entierros con bandas de majorettes y bailarinas de striptease, para difuntos cachondos que se quieren ir al otro mundo despedidos a lo grande, sin reparar en gastos. O como en el asunto ese de alquilar habitaciones para ir a hartarse de llorar.

Abrigo la certidumbre de que las habitaciones del llanto son un invento de enorme trascendencia para la salud mental de la población. Mucho más que el rincón de pensar o el cuarto de las ratas, a los que se manda a los niños, para que vayan aprendiendo en qué consiste la condición adulta.

Todo el mundo sabe que, cuando uno se queda bien llorado, se siente la mar de feliz, más grácil, más cercano al prójimo, debido a que elimina por vía lacrimal un número muy elevado de toxinas glúcido-lípido-polipeptídicas. Me parece fantástico que en Japón alquilen habitaciones de llorar, porque no es lo mismo llorar en casa, en nuestras habitaciones de todos los días, que marcharse a llorar a una habitación de pago. (Si no se paga una buena cantidad de euros, o de yenes, nada resulta terapéutico: ni el Pilates, ni las clases de tenis ni el psicoanálisis.) Deberíamos tener habitaciones de gritar, de injuriar, de abuchear. La habitación de los lamentos. La de los arrepentimientos. La de jalearnos, la de aplaudirnos (porque no todo va a ser manifestación de angustias y temores). Es preciso ampliar la oferta de la hostelería sentimental. Somos un destino turístico.

Qué bien debe de sentirse uno en Japón, sabiendo que se puede pegar una llantina medicinal cuando guste, o confiando en que los amigos le organizarán un funeral lúdico. En periodos postelectorales, las habitaciones del llanto estarían obligadas a hacer rebajas.

La habitación de llorar

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