EN TERCERA PERSONA

Turismo: ¿Maldición o bendición?

«El caso más evidente era el de Venecia, una ciudad de 56.000 habitantes que recibía cada años 22 millones de turistas»

javier molins

Pompeya quería limitar la entrada de los turistas para proteger sus ruinas, de los balcones de Venecia colgaban carteles pidiendo la prohibición de los cruceros que visitaban de forma masiva la ciudad, el Louvre andaba desbordado con casi 10 millones de visitantes anuales que se agolpaban en casi cinco filas para poder observar La Gioconda... Mientras que para unas ciudades, como Valencia o Málaga, el turismo era el dorado que podía aportar riqueza y prosperidad, para otras se había convertido en una maldición que amenazaba con poner en riesgos su patrimonio histórico – artístico.

El problema consistía en que todos éramos turistas. Se calculaba que cerca de 1.000 millones de personas se desplazaban cada año por el mundo con el objetivo de visitar otras ciudades. Y era muy difícil establecer un criterio para limitar la visita a ciertos lugares. Los museos no eran como esas discotecas en las que un portero decidía a su libre albedrío quién entraba y quién se quedaba fuera. Todo ciudadano debía de tener el derecho de poder entrar en un museo, pues esta institución surgió durante la Ilustración como un lugar para el disfrute del pueblo. Sin embargo, la obligación de las autoridades era conservar el patrimonio para las generaciones venideras y una afluencia desmesurada podía poder en serio peligro esta conservación.

El caso más evidente era el de Venecia, una ciudad de 56.000 habitantes que recibía cada años 22 millones de turistas. Un hecho que había convertido este bello enclave en un parque temático por el que pululaban enormes grupos de chinos que compraban unas máscaras venecianas hechas en China. Una invasión que se producía principalmente a través de esos cruceros que parecían naves invasoras de alienígenas que tan solo coleccionaban «selfies» de cada ciudad por la que pasaban como quien colecciona trofeos de caza. Unos barcos que constituían todo un atentado tanto estético como físico por el agua que desplazaban durante su avance cerca de la isla. Algo que, sin duda alguna, habría que prohibir como se prohibían las visitas a las cuevas rupestres. Una medida que sería beneficiosa tanto para Venecia como para unos visitantes que así disfrutarían y conocerían de verdad una de las ciudades más bellas del mundo.

www.javiermolins.com

Turismo: ¿Maldición o bendición?

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación