hotel del universo
Casa fundada en 1961
Está claro que hay que promocionar la marca, sea eso lo que sea. La marca España. La marca Valencia. La marca Embutido Artesanal de Requena, la marca Poesía Andaluza de Autores Menores de Catorce Años, la marca Protésicos Dentales Albaceteños Unidos. Por hablar sólo de unas cuantas marcas que podríamos promocionar.
Si no tienes una marca no tienes nada, eres una piltrafilla en el sobreabundante universo matérico. Para existir entre los productos ordenados en el escaparate, en el estante del supermercado universal, necesitas sobresalir, refulgir, decirle al cliente: Eh, camarada cliente, hermano consumidor, estoy aquí, soy, luego tengo marca, tengo marca, luego soy, como diría Descartes, si tuviese la suerte de escribir discursos para nosotros. Eh, tú, agudo analista de la realidad contemporánea, aparta tu mirada de lo anónimo, de lo que carece de marca, no es de fiar, no va a ninguna parte.
La marca es el producto que ha invertido en I+D, que se lo curra: la cosa con pedigrí de toda la vida, pero actualizada, de última generación. Sin marca no hay alto standing, ni fiabilidad, ni Sí se puede: conceptos homologables, en el ámbito de las marcas, a las ideas de Verdad, Bondad y Belleza, expuestas por Platón, a su vez una respetable marca filosófica. Mercedes-Benz tiene marca, Especias Carmencita tiene marca, el colega Yanis Varufakis tiene marca (aunque sea una marca griega, que en el mercado de valores cotiza a la baja).
La necesidad de la marca la he comprendido paseando por mi pueblo, Serra, Comarca del Campo del Turia, Valencia (especifico, para promocionar el asunto e ir haciendo marca autonómica). Un vecino se acaba de construir un chalet, y en la fachada ha colocado una inscripción con azulejos de Manises: casa fundada en 2015. Eso se llama hacer marca. No veo razón alguna por la cual una casa deba ser menos que un ultramarinos, o que una sombrerería. Y el asunto me ha inspirado, me ha puesto en marcha el aparato de pensar. Así ocurren las revelaciones, creo: uno va por la calle y algo que parece insustancial le da la clave de su futuro sistema epistemológico.
Me he dado cuenta de que soy mi propia marca: la casa Marzal, fundada en 1961. El yo, el ego, el súper ego, el hombre, el súper hombre y todos los demás conceptos han sido útiles hasta la fecha, pero han caducado en el congelador. La marca es el trans-ego, el ultra-ego, el aglutinador de todas las ideas acerca de la identidad, sin conservantes, ni acidulantes, ni espesantes, ni antioxidantes, ni emulsionantes, ni edulcorantes.
He llegado a la conclusión de que soy nutritivo, al mismo tiempo que ayudo a regular el colesterol. Mi prosa es cardio-saludable, y portátil, y no contiene gluten adjetivo, por lo que es apta para lectores celiacos. Mis análisis, como han comprobado los mejores fabricantes de lavadoras, eliminan la cal de las resistencias cerebrales, gracias a mis perlas psicoactivas. Estas cosas hay que decirlas, porque están científicamente comprobadas. Casa Marzal: Just read him.