VERLAS VENIR
Nuestros muertos
«Nuestros propios sentimientos ante estas dos tragedias no hacen más que demostrar de qué sociedad formamos parte»
Hay que ver como lloramos a los 150 muertos en el accidente de avión de los Alpes de hace unas semanas. Había muchos españoles, claro. Y un grupo de niños alemanes, tremendo. Podíamos haber sido nosotros mismos, qué horror.
Hay que ver como asistimos con apenas un “no puede ser” a la muerte de más de mil seres humanos ahogados en el Mediterráneo en apenas un par de días cuando intentaban llegar a Europa para ponerse a salvo de las masacres y el hambre que sufren en sus países de origen. No tenemos ni un dato de quienes eran. Suponemos que había niños, pero no hay una historia vinculada con ellos. Y, por supuesto, no sentimos ninguna identificación personal con ellos. No nos vemos en su lugar.
Nuestros propios sentimientos ante estas dos tragedias no hacen más que demostrar de qué sociedad formamos parte. De una sociedad que aunque jamás lo admita considera que hay muertos de diferentes categorías. Los nuestros y los otros.
Pues me van a perdonar, pero todos son nuestros muertos. Los de lo Alpes y los del Mediterráneo. Aunque en un caso no se vaya a parar hasta identificar sus restos y en el otro más pronto que tarde se deje de buscar cadáveres.
Es sorprendente los meses que se mantienen los operativos para buscar aviones desaparecidos en el mar y el poco tiempo que se dedica a rescatar en el mismo mar cadáveres de inmigrantes que intentaban entrar de forma clandestina en el mundo desarrollado. Y, sobre todo, es increíble con que normalidad asumimos como sociedad esta asimetría en el rescate de cadáveres.
Lograr que una sociedad cambie en un asunto como este y empiece a considerar a todos los seres humanos del mundo como iguales –más allá de declaraciones institucionales- es una tarea infinita. Pero hay que empezar a dar pasos, aunque sea pequeños. El primero, se me ocurre, es dedicar un rato a esta reflexión, asumir que es lo que hay, pero empezar a sentir vergüenza.
Yo ya siento vergüenza de mis sentimientos asimétricos, que también los tengo, no en vano formo parte de esta sociedad. Y por eso me empeño en afirmar que todos, los de la montaña y los del mar, son nuestros muertos. Porque para que acaben por serlo de verdad, hay que empezar por decir que efectivamente lo son. Nuestros muertos.