en tercera persona
Los cazadores de tráfico
«Se suponía que el gobierno tenía que velar por nuestra seguridad y prevenir los accidentes de tráfico»
Siempre le habían parecido entrañables esas señales de tráfico que advertían de la presencia de ciervos u osos. Una supuesta presencia que jamás había tenido la suerte de detectar. Sin embargo, nunca había encontrado señales que alertaran de la posible aparición de perros o gatos en la calzada, mientras que sus cadáveres poblaban nuestras carreteras en una triste imagen que ya se había convertido en cotidiana.
Quizás, el ciervo o el oso requerían de una mayor protección que los perros y los gatos o quizás la abundancia de estos últimos hacía inútil la advertencia o quizás los osos y los ciervos fueran más diestros en el arte de pasar desapercibidos. Un arte que dominaba a la perfección una especie que desgraciadamente no se encontraba en peligro de extinción: el radar móvil.
Se suponía que el gobierno tenía que velar por nuestra seguridad y prevenir los accidentes de tráfico. Para ello, intentaba mantener una red de carreteras en buen estado e instalaba señales de tráfico que nos advertían de los peligros que nos acechaban en la carretera.
Si su misión era prevenir y advertir, no se entendía que se dedicaran grandes sumas de dinero a jugar al escondite. Ya no se trataba de avisar, sino de ocultar. De que los policías se escondieran con la única intención de cazar al contribuyente, al que, en la mayoría de los casos, ni paraban para advertirle de su exceso de velocidad y los peligros que ello conllevaba, sino que retrataban con cámaras ocultas, por lo que no se enteraba hasta que, pasados unos cuantos días, recibía una carta en casa con la correspondiente sanción económica. Se podía dar incluso la paradoja de que uno pasara todos los días de camino al trabajo por un radar sin que se enterara hasta que recibía la primera de una larga lista de multas. Ya no eran los bandidos quienes se ocultaban en el bosque de Sherwood, sino los policías en los túneles de nuestras ciudades para cazarnos desprevenidos como si fuéramos esos osos y ciervos que nunca se acercaban al arcén.