CULTURA
Antonio Fillol, el pintor más polémico y radical del naturalismo valenciano
El Museo del Prado y el San Pío V ceden obras para la primera gran antológica que se dedica al maestro
Antonio Fillol (1870-1930) fue un pintor muy apreciado en su época, pero la Historia no ha hecho justicia con él. Como discípulo de Pinazo y contemporáneo de Sorolla (aunque siete años más joven), su obra lleva décadas sepultada bajo la de ellos.
La pintura de Fillol era dura, atrevida y polémica. «Entre1895 y 1910 fue un autor de absoluta vanguardia», explica Francisco Javier Pérez Rojas, comisario de la exposición «Naturalismo radical y modernismo», que hasta el 20 de septiembre puede visitarse en la sala de exposiciones municipal del Ayuntamiento de Valencia. Esta gran antológica –la primera que se dedica al pintor valenciano- recorre todas sus etapas evolutivas. Entre sus obras de juventud, donde ya daba muestras de un verismo depurado, destaca «A ése» (1894), donde se describe un suceso excepcional en un entorno cotidiano. El lienzo recoge el momento en que un ladrón ha salido corriendo por una calle del barrio de El Carmen, y un policía –cuya figura aparece recortada- corre en su persecución. La escena sirve al autor para presentar una «crónica objetiva» del suceso, como si la hubiera reproducido a partir de una fotografía tomada desde la acera de enfrente. Este tipo de recursos «casi fílmicos» hacían de él un pintor diferente.
Crítica social
Ávido lector de autores naturalistas como Emilio Zola o Balzac, Fillol era uno de los pintores valencianos más cultos de su generación. Era también un hombre de raíces humildes que utilizó la pintura como medio de denuncia ante la desigualdad social y el sufrimiento de los desheredados. Las temáticas que escogía para sus cuadros no eran siempre del agrado de la crítica o de los jurados.
Valga como ejemplo el lienzos de gran formato «La bestia humana». La composición muestra a una joven prostituta llorando sobre un sofá, mientras una mujer la reprende por querer echarse atrás en el último momento. En segundo término observamos al cliente que espera fumando a que la celestina convenza a la muchacha para llevar a cabo la transacción sexual. Aunque Fillol ganó con este cuadro la segunda medalla en la Exposición Nacional de 1897, el comisario de la muestra explica que nunca se le pagó la recompensación económica que llevaba aparejada, “porque el jurado consideró que el tema que abordaba era poco noble”. El problema no residía únicamente en las temáticas, sino en la ausencia de sentimentalismo e idealización con la que perfilaba las escenas. Sus retratos eran esencialmente psicológicos.
Con todo, Fillol tenía su clientela (entre ella, varios críticos de pintura), y sobre todo un mecenas; el acaudalado industrial valenciano Francisco Pastor, habitual en las tertulias republicanas de la época.
El pintor de La Albufera
El itinerario expositivo se detiene también en la faceta paisajística de Fillol, que fue a la Albufera de Valencia lo que Sorolla a la Malvarrosa. “En su interés por la Albufera se adelantó incluso a las novelas de su amigo Blasco Ibáñez”, señala el comisario, apuntando a un lienzo donde vemos a un grupo de agricultores trabajando bajo la luz otoñal de la recogida del arroz. Son pinturas realizadas en torno a 1900, en las que ya observamos una pincelada más suelta, siguiendo las corrientes impresionistas que poco a poco calaban en España desde Francia.
La siguiente evolución de Fillol hacia el modernismo se hace patente en los colores de su paleta. El azul, los amarillos y los malvas tiñen sus composiciones, que adoptan un aire más poético o melancólico.
Aunque su radicalidad se va atenuando a partir de 1910, Fillol continuó siempre interesado por las temáticas sociales orientadas a ennoblecer más que a idealizar. Pérez Rojas llama la atención sobre “El sátiro” (incluido en la muestra) o “Revolución” (1904), que se encuentra en paradero desconocido. Un lienzo muy peculiar, de espíritu anarquista, en la que la Guardia Civil aparece tratando de contener una manifestación en la calle.
A pesar de su originalidad, el pintor valenciano nunca llegó a desarrollar del todo su potencial vanguardista. Durante su última etapa adopta un tono más institucional y castizo, hasta el punto de realizar una serie de lienzos costumbristas de gran formato muy semejantes a los que por aquellos años realizaba Sorolla para la Hispanic Society.
Compuesta por cerca de ochenta obras -cedidas por el Museo del Prado, el San Pío V y varios coleccionistas privados y casi todas inéditas-, esta antológica podría haber sido mucho más amplia. Por esta razón, Pérez Rojas ha iniciado ya conversaciones con el Consorcio de Museos para trabajar en una segunda parte donde pueda, por fin, rendirse cuentas con este gran maestro de la pintura valenciana.