REPORTAJE
Hogares contra el desamparo de niños
Tres familias educadoras destacan la satisfacción de acoger a menores en casa y alertan de la necesidad de difusión para que haya más personas dispuestas a esta posibilidad
«Una persona a la que quiero mucho me contó en un momento de sufrimiento cómo se forman los diamantes: carbón que, bajo tierra, está sometido a mucha presión, gracias a la cual se transforma. Cada niño que acojo es un diamante, porque todo lo que han padecido no les anula, sino que les capacita para brillar con mucha más fuerza». Ana Ribera habla con emoción del pequeño que tiene en su casa desde hace aproximadamente un año por medio del programa de acogimiento familiar. A él acuden familias dispuestas a educar a menores cuya tutela ha pasado a ser de la Generalitat por situaciones muy diversas: abandono, abusos sexuales por parte de sus progenitores, padres toxicómanos, maltrato, falta de cuidado, etc.
Según datos de la conselleria de Bienestar Social, en total existen unos 4.000 niños tutelados en la Comunidad, de los cuales casi 3.000 (un 72%) se encuentran en acogimiento: 550 en familias educadoras, 2.326 a cargo de personas vinculadas con el menor por una relación de parentesco y unos 1.100 en centros de protección. Entre las primeras se encuentra Ana, quien nunca sintió deseo de ser madre biológica, pero estos niños han pasado a ser su pasión. Actualmente tiene a dos, uno en Primaria y otro en Secundaria (donde es sobresaliente). El comienzo con el más pequeño resultó muy complicado porque llegó muy dañado emocionalmente. «Sus padres le dijeron que había sido malo y luego descubrimos que era al contrario. Era inquieto, agresivo, tenía ira contra el mundo, iba muy medicado… llegué a pensar que no sería capaz de hacer nada por él, pero eso ya ha cambiado. Me fue aceptando poco a poco y ahora me pide que diga que es mi hijo», explica.
La vida de esta madre acogedora se resume en una dedicación plena sin esperar recompensa, algo que quiere dejar claro a quienes se aventuren a esta «misión». «En mi caso lo hago por convicción, soy cristiana evangélica. No se trata de ser una buena persona porque no lo soy, sino de ser agradecida con lo que Dios ha hecho por mí. Sufrí acoso escolar de pequeña y eso me marcó mucho, por lo que entiendo la necesidad del refuerzo constante que necesitan. Son supervivientes», señala.
Un proceso largo
La satisfacción, sin embargo, llega, y multiplicada por cien, tal como destacan Philip y James, una pareja que lleva varios años residiendo en Valencia y que acogen a un grupo de hermanos de entre 5 y 12 años. «Es un proceso muy largo. Pensamos en todas las posibilidades, pero tomamos finalmente esta decisión porque ya hay muchos niños en el mundo que necesitan un hogar. Tienes que ser consciente de lo que estás haciendo, que los tengas ahora no quiere decir que no puedan volver con sus padres», indican.
Las situaciones de cada menor que tienen a su cargo son muy diferentes, pero existe algo similar en ellos: el miedo a ser abandonados. «Hacemos de padres, de psicólogos, de maestros… todo. La fase de integración resulta extremadamente complicada y en ella no esperas nada, porque no agradecen ni recibes afecto. Aun así, el desarrollo es impresionante, ya que son muy receptivos. Es una experiencia única, los niños y tú salís más fuertes».
Sentimientos que también comparten Ana y su marido Pablo, que tienen a un grupo de menores de entre 3 y 12 años, uno de ellos con minusvalía. La situación les superó desde el inicio, pero su evolución es lo que les compensa para seguir adelante. «La mirada les ha cambiado, se van abriendo a la vida. Dan los buenos días, quieren ir de excursión, ya nos tocan y nos dan besos, cuando eso al principio era impensable. Descubren como algo nuevo lo que para nosotros es normal, como invitar a un amigo a casa, cuidar una planta o ir a comer a un restaurante. Es un milagro el que vivo cada día con ellos, porque vienen con una mochila muy grande de carga negativa. La primera vez que les dije ‘te quiero’ se pusieron a llorar», detalla Ana.
Esta entrega, constantemente repleta de altibajos, es asumida por las familias como parte de la gratificación final. Pero piden que sus reivindicaciones sean escuahadas, para lo que crearon una plataforma a principios de año. Su portavoz, María Piquer, hace hincapié en la necesidad de reformar el recurso del acogimiento: «Estamos contentos con la Entidad de Seguimiento y las trabajadoras que vienen a casa a ayudarnos con los pequeños, pero creemos que hay que mejorar cuestiones como que se les haga un reconocimiento médico completo antes de entregarlos, además de aumentar la dotación económica, que se difunda más la posibilidad de acoger y que exista una mayor comunicación con los padres para saber todos los pasos que tenemos que seguir».