HOTEL DEL UNIVERSO

Ponerse líricos

«Propongo quince días de encierro en la cárcel del gusto, para la primera infracción cursi, y un mes y un día para todos los reincidentes»

carlos marzal

La cursilería política debería ser un delito castigado con cárcel en el código penal. (Como la pesadez, la impuntualidad, la vocinglería, el comer con la boca abierta, el uso incorrecto de los pronombres personales de objeto, los chupitos de albaricoque y similares, y otros muchos asuntos de alta urbanidad: como penalista yo sería un firme defensor del reformismo caprichoso intransigente.) Propongo quince días de encierro en la cárcel del gusto, para la primera infracción cursi, y un mes y un día para todos los reincidentes.

Resulta curioso que los políticos, educados en el cinismo absoluto que les exige el ejercicio de su profesión, se pongan líricos cuando nos quieren demostrar que tienen alma, que tienen, incluso, su corazoncito, que en la intimidad de la noche, después de agotadoras jornadas mundanales, leen a los poetas de forma medicinal, para limpiar el espíritu de tantas secreciones adheridas. Y, claro: ponerse líricos es la forma más sencilla de ponerse cursis.

Un cursilírico de la política es aquel que cita a un poeta, que no le ha hecho nada el pobre, sin venir a cuento, porque cree que ese detalle toca la fibra sensible de su electorado, como cierto ondear de banderas, como ciertas entonaciones unánimes de himnos, como ciertos arrebatos de cantautor. Y la verdad es que consiguen tocar esa fibra sensible, porque la gente, por lo común, tiene una idea cursi de lo que son la poesía y los poetas.

Resulta curiosa, incluso entre individuos con cierta destreza para manejarse en el ámbito de la actualidad narrativa, la gran confusión que la poesía les genera. La culpa la tiene el malentendido romántico, que ha difundido la pandemia edulcorada del artista sensiblero, ruiseñor amoroso, paseante de cementerios, gourmet de hiedras y crepúsculos. Pobres románticos: querían ser – y muchos lo fueron– revolucionarios, libertinos, saboteadores de la moral burguesa, y han pasado a la posteridad, a granel, como unos moñas. Ojo con el destino: uno se postula ante la Historia como un gran danés, y la Historia lo consigna como un chihuahua.

Está claro que el fascismo no se cura leyendo, pero la cursilería sí: leyendo de verdad, leyendo bien. A nadie en su sano juicio literario se le ocurre citar a poetas, en mítines, en ruedas de prensa, en congresos, en asambleas federales. Eso son cursiladas. Eso son nuevas formas de contribuir a la difusión del merengue romántico, del aguachirle floral. Si los políticos que se adornan con plumas líricas hubiesen leído bien a los poetas, se habrían dado cuenta de que son sujetos poco de fiar, por lo general en absoluto edificantes, inútiles para casi todo lo que represente un enardecimiento colectivo, para todo aquello que no signifique un tropiezo en la intimidad entre caracteres. Si los hubiesen leído bien, sabrían que los poetas se dirigen a los lectores de uno en uno, de conciencia a conciencia, de aventura en el mundo a aventura en el mundo.

La buena poesía es de acero colado, lo resiste todo, pero el próximo cursi que tome el nombre de Antonio Machado, de Miguel Hernández, o de cualquier otro poeta en vano, se va directo al talego.

Ponerse líricos

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