EN TERCERA PERSONA

La mercantilización del turismo

«Por mucho que los medios de comunicación y los políticos incidieran, aun quedaban ciudadanos que disfrutaban al enseñar los encantos de su ciudad»

JAVIER y MOLINS

No dejaba de llamarle la atención que los turistas ya no se valoraran por su número sino por su calidad. Se había pasado de destacar el aumento del número de visitantes a una ciudad a medirlos por su capacidad de gasto. Ya no valía ningún turista que tuviera interés por conocer un nuevo lugar sino que tenía que ser uno que llegara con los bolsillos llenos dispuesto a vaciarlos en las tiendas, restaurantes y hoteles de la ciudad. De eso se trataba, del negocio.

Ya no existía un orgullo de mostrar los encantos de tu ciudad al visitante, que disfrutara de sus monumentos, de sus costumbres, de su clima, de sus fiestas, de su gastronomía. Ahora se trataba de que entrara en una tienda y se pusiera a consumir como un loco. Lo triste del caso es que el visitante iba a encontrar, debido a la globalización, las mismas tiendas que en su ciudad y, en lugar de ver cosas que no podría ver en su lugar de origen, se iba a dedicar a comprar los mismos artículos que tenía a su disposición cada día.

Sin embargo, por mucho que los medios de comunicación y los políticos incidieran en esa mercantilización del turismo, aun quedaban ciudadanos que disfrutaban al enseñar los encantos de su ciudad a los amigos que la visitaban. No perdían ni un minuto en las tiendas o en los grandes almacenes, sino que se iban a su catedral, a su lonja, a su puerto, a las playas cercanas, a su museo, a las callejuelas singulares, a esa tasca tan especial, al bar de la esquina o al campanario del pueblo. Siempre había algo que hacía que cada población fuera única. Algo que hacía que sus habitantes se sintieran orgullosos, diferentes del resto, especiales. Algo que valía la pena enseñar a los amigos, ese lugar que había crecido con nosotros y que echábamos de menos cuando pasábamos tiempo fuera de casa. Cada uno tenía el suyo y la Comunidad Valenciana estaba llena de ellos. Tan solo había que querer verlos.

www.javiermolins.com

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