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«Mi familia es la responsable de que haya cumplido 101 años»

Amparo Navarro Suay, una de las mujeres más longevas de Valencia, relata los episodios que más le han marcado en su vida

«Mi familia es la responsable de que haya cumplido 101 años» ROBER SOLSONA

rosana b. crespo

«Mi secreto de longevidad es haber tomado mucha leche de vaca, que me ha hecho tener los huesos muy fuertes, y tener una familia maravillosa». A sus 101 años, Amparo Navarro Suay sorprende por su lucidez, pese a los golpes que le ha dado la vida. Es una de las mujeres de más edad en Valencia -el año pasado recibió un homenaje por parte del Ayuntamiento- y atiende gustosamente a ABC en su céntrico domicilio de la ciudad junto con su hija (el mayor tiene 80) y una de sus nietas (en total tiene siete, además de doce bisnietos de entre cinco y treinta años).

La vida no ha sido del todo sencilla para ella. A los seis años murió su madre y sus tíos le acogieron como si fuera una hija, de forma que vivió con ellos hasta que se casó a los 19 años con Antonio Andrés Espert después de terminar sus estudios, tanto en la Institución para la Enseñanza de la Mujer, como la titulación en Corte y Confección. Una vida tan larga da para mucho, y en la suya también destaca haber sido una de las primeras mujeres de la ciudad en sacarse al carnet de conducir.

Sus «padres adoptivos» tenían una alquería llamada l'Alqueria del Portalet, ubicada en el Camino Viejo del Grao, en la que emplearon a más de 40 trabajadores en un amplio terreno donde cultivaban patatas, maíz, cacao o melones para la exportación.

El tío, José Olmos Burgos, se dedicó a la política. Perteneciente al Partido Unión Republicana Autonomista (fundado por Blasco Ibáñez) llegó a ser primero concejal y, posteriormente, alcalde de Valencia en la década de los 30. Amparo recuerda especialmente su amistad con el periodista Félix Azzati, uno de los fundadores del periódico El Pueblo, también miembro del Partido Republicano y estrecho colaborador de Blasco Ibáñez.

Pese a tener el ejemplo en casa, a Amparo no le interesó nunca la política, aunque seguía con atención los movimientos que se producían en su entorno. «La verdad es que a mí me gusta más la familia y las cosas del hogar, sobre todo cocinar. Aún guiso», comenta.

Al tener entrada libre en el Ayuntamiento como sobrina del primer edil, recuerda con cariño haber participado en la tradicional Batalla de las Flores, el festejo floral más antiguo de España que se celebra desde 1891.

Guerra y posguerra

La época histórica que más recuerda es la Guerra Civil. A su marido (y único amor) lo llamaron al frente, mientras ella se quedó sola con un niño de dos años y una niña de uno, además de sus hermanos: «Allí estuvimos hasta que nos expulsaron porque nos caían las bombas encima. Fuimos de aquí para allá, nos quedábamos en casas de parientes hasta que se acabó la guerra».

En la familia de Amparo ocurrió lo que en otras tantas: había gente que luchaba en diferentes bandos. Antonio tuvo que acudir a Málaga en un destacamento de artillería ligera, donde cayó herido. Tras traerlo de vuelta y estar una larga temporada ingresado en el Hospital General de Valencia, le dieron un trabajo en suministros en el cuartel. Por ese empleo, recuerda Amparo, tuvo una desgracia. Una vez terminada la guerra, subió un día en el tranvía y un miembro de la Falange empezó a gritar: «¡Éste es rojo, éste es rojo!», por lo que fue detenido por dos Guardias Civiles. «¿Rojo por qué, si sólo estaba cumpliendo lo que le mandaban?», se pregunta todavía. «¿Pues sabe lo que tenía contra él? Que se había acostumbrado todos los días a ir a por pan en el cuartel, hasta que mi marido le llamó la atención porque el suministro era para los soldados y él ya tenía su cartilla de racionamiento», explica.

A causa de este suceso pasó cinco años en la cárcel, de la que salió gracias a la intervención de un primo de Falange. «Él no era ni de unos ni de otros, pero le tocó pagar igual», insiste Amparo. Sin embargo, las adversidades no acabaron. Durante la estancia en prisión de su esposo, falleció su hija mayor de meningitis con ocho años sin que nadie pudiera hacer nada por salvarle la vida. «La posguerra fue lo peor que vivimos. Pudimos ir recuperándonos poco a poco a base de mucho trabajo y de vender propiedades. Conseguimos adquirir esta casa, en la que Antonio acabó su vida», señala. Ni un día ha pasado, intervienen su hija y su nieta, sin que les rece (conserva dos fotos suyas en la mesita de noche), porque considera que son los «ángeles» que le cuidan.

Pese a todo, Amparo rezuma felicidad. Esa satisfacción de una persona con una experiencia vital completa que todavía se siente acompañada y útil. Y, aunque no entiende cómo puede ser tan mayor («no es normal», admite), lleva con naturalidad su edad, forjada sobre todo con el cariño de los suyos.

«Mi familia es la responsable de que haya cumplido 101 años»

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