FIL DE VINT
Tiros en el pie
«Si no tienen claro si Fabra va a ser el candidato deberían saber lo suficiente de estrategia política como para que no se les notara tanto»
El PPCV es una organización compleja , con decenas de miles de piezas (150.000 afiliados) que se organizan en esquemas cerrados replicados a múltiples niveles (locales, comarcales, provinciales, regional) y que interactúan entre sí constantemente, de forma individual y colectiva. En las organizaciones tan complejas como lo es el partido político preponderante (el segundo en afiliados, el PSPV, tiene ocho veces menos) hay que dar por descontadas ciertas «disfunciones» en dicha interacción. Los últimos veinte años, en los que el PPCV ha sido, además de preponderante socialmente, hegemónico en las urnas, están repletos de sonados ejemplos con nombres y apellidos: Eduardo Zaplana y Rita Barberá; Francisco Camps y Joaquín Ripoll; Alberto Fabra y (de nuevo) Rita Barberá… y eso por quedarnos solo en los niveles cenitales.
Si en una empresa con cincuenta empleados siempre hay uno con el que te vas de cañas y otro con el que evitas cruzarte en el ascensor (el contable no soporta al jefe de Recursos Humanos desde la cena de Navidad del 98, los auxiliares echan pestes de la secretaria del gerente… ya saben), qué no pasará en una organización con 150.000 almas. El PPCV ha convivido con estas disfunciones, integradas como parte de su propio funcionamiento, prácticamente desde que llegó al poder autonómico en 1995. Con dos matices: la mayoría absoluta estaba tan consolidada que los populares podían «jugar» a ser , a falta de alternativa, su propia oposición, y cuando llegaba el momento de ponerse serios, se tocaba a rebato y emergía la pétrea unidad. Todos a remar en la misma dirección, a ganar las elecciones una vez más, y luego a encontrar tiempo para seguir explorando los límites de las intrigas palaciegas.
El escenario ha cambiado radicalmente. El PPCV está a una distancia de entre siete y diez puntos en intención de voto de retener la mayoría absoluta en las Cortes, según todas las encuestas que se conocen desde el verano. Una brecha que parece difícil de recorrer en menos de seis meses, a pesar de los tímidos (aunque importantísimos) signos de recuperación económica y la firmeza en las líneas rojas contra la corrupción. Una corrupción que antes se «perdonaba», por así decir, entre los votantes populares (Alperi ganó dos elecciones imputado, y Camps arrasó meses antes de sentarse en el banquillo y, luego, ser absuelto) pero que ahora, convertida en uno de los principales problemas percibidos por los españoles, es un importante lastre a tener en cuenta.
Con ese punto de partida, lo que menos necesita el PPCV es que las disfunciones, integradas y asumidas durante tanto tiempo, empiecen a multiplicarse a todas las escalas. Ningún dirigente popular debería necesitar leer esta columna para descubrir a estas alturas que, si hay algo que de verdad castigan sus votantes en las urnas, es la división. Por eso, vistos desde fuera, los últimos acontecimientos relacionados con el presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, solo tienen sentido desde la lógica del perdedor.
Si Génova no quiere que Fabra, a quien ellos mismos eligieron para sustituir a Camps hace tres años y medio, sea el candidato a la Generalitat en 2015, deberían decírselo ya. Pero claramente, no con fotos de los jardines de La Moncloa , ni con respuestas enigmáticas en rueda de prensa, ni filtrando encuestas sobre posibles relevos. Y deberían designar ya a su sucesor/a y darle al menos cinco meses para preparar las elecciones. Por supuesto, si al final Fabra va a ser el candidato, alguien debería quitarles la pistola para que dejen de pegarse tiros en el pie. Y si no lo tienen claro, que es lo más probable, deberían saber lo suficiente de estrategia política como para que no se les notara tanto.
Al menos, eso es lo que haría un partido que quisiera ganar las elecciones.
dmartinezjorda@abc.es