HOTEL DEL UNIVERSO
La cesta de la compra ajena
«Sometan con frialdad la cesta ajena de la compra a un estudio pormenorizado y concluirán que no se sostiene»
Cuando hago cola ante la caja del supermercado, analizo con objetividad de dietista la cesta de la compra de quienes me preceden. Allí estoy yo, experto en lípidos saponificables e insaponificables, en glúcidos monosacáridos y disacáridos, en escleroproteínas y esferoproteínas, sometiendo a un escrutinio implacable la elección de alimentos de mis vecinos.
Allí estoy yo, ciudadano paciente, con mi carro metálico bien provisto de vituallas, o con esa modalidad canina del carrito de plástico chato, que nos sigue obediente entre los pasillos y que se tiende a nuestros pies mientras esperamos que llegue nuestro turno. Escaneo con la vista los códigos de barras, arqueo de memoria la cuenta, calculo el cómputo de calorías y la combinación vitamínica de los productos, para saber si se alcanzan o no las cantidades diarias recomendadas por la Organización Mundial de la salud.
He estado tantas veces ante la cinta transportadora de alimentos que estoy convencido de que podría hacer mis estudios de campo con los ojos vendados, escuchando sólo el ruido que hacen los productos al ser depositados en la caja por los compradores, u oliendo el aroma que dejan en el aire del supermercado.
Mi conclusión general consiste más o menos en esto: la cesta de la compra ajena resulta muy inquietante. No suele atenerse a la lógica alimentaria, ni dietética, ni económica, ni política, no responde a la coherencia interna que parece natural reclamar en las cestas de la compra. Fíjense, la próxima vez en que se hallen ante la caja registradora de su supermercado de cabecera. Hay muchas cosas que no encajan. La gente que lleva a cabo esas compras comete incongruencias difíciles de explicar, por no decir que carecen de explicación posible.
¿A qué vienen esas inverosímiles barritas adelgazantes de almendras y manzana, bajas en calorías –y cuya simple enunciación constituye un absoluto sinsentido–, mezcladas con tabletas de chocolate negro con el setenta y cinco por ciento de cacao? ¿A quién quieren engañar deslizando la caja de preservativos de marca blanca, junto a un placebo de inocencia como la pasta dentífrica infantil, o los pañales de absorción nocturna? ¿Es que no perciben que no cuelan esos golpes de pecho ecologistas –las bolsas reciclables, las galletas sin gluten, el limpiador jabonoso sin amoniaco–, al lado de esa caracola de hojaldre, rellena de crema y atestada de metil hidroxibenzoato de sodio?
Perdonen, pero no me lo trago. Que no me cuenten todas esas cestas de la compra. No hay quien se las crea. Sus compradores ocultan algo, tienen aviesas y secretas intenciones. No puede salir nada bueno de esos miles y miles de pequeñas maquinaciones domésticas. ¿Latas de callos y yogures naturales sin azúcar? Ja: a otro perro con ese hueso embadurnado de ácido grasos Omega 3.
Si somos lo que comemos, y comemos lo que compramos, me temo que algo muy grave esta pasando ante nuestros ojos con el ser. E incluso con el estar. Piénsenlo. Sometan con frialdad la cesta ajena de la compra a un estudio pormenorizado y concluirán que no se sostiene.