hotel del universo
Formas de pirateo
Un poco antes de iniciarse el verano y durante el verano mismo (este verano que dura ya casi lo que dura el año 2014), hubo dos sucesos que dieron mucho que hablar entre los ciudadanos. Por un lado, el fenómeno de los taxis clandestinos, tan común en medio mundo, particulares que convierten su coche, a través de Internet, en un supuesto servicio público. Por otro lado, el caso de los apartamentos de bajo alquiler en la Barceloneta, para turistas jóvenes que convirtieron el barrio en un parque temático sin horario de cierre, permitiéndose entrar desnudos en las tiendas, celebrar fiestas ininterrumpidas con la música a todo volumen y transformar las calles en un retrete unisex para cualquier género de urgencia.
La indignación de los profesionales -los taxistas que pagan sus impuestos, sus seguros y sus cuotas sindicales; los hosteleros y agentes de la propiedad inmobiliaria que hacen lo mismo que los taxistas, pero en su ramo-, unida al estupor de los vecinos, fueron noticia importante en los telediarios y en las primeras planas de los periódicos.
Todo aquello me hizo reflexionar: acerca de lo evidente (la modalidad del turismo vandálico, la desinhibición troglodita que provocan ciertas sustancias tóxicas, las respuestas ciudadanas ante los abusos), pero también acerca de lo que no resulta tan palmario. Creo que nadie ha discutido sobre estos fenómenos bajo una perspectiva que los ilumina con una luz diferente y complementaria a las interpretaciones que se han manejado.
Desde mi punto de vista, estos dos casos representan también formas encubiertas del pirateo, que afectan ahora a ámbitos a los que el pirateo antes no afectaba. Intrusismo puro y duro que ataca hoy a los bolsillos de las víctimas de una vieja idea (no la llamemos «cultura», por favor) que ha adquirido nuevas máscaras al amparo de la tecnología: la de la gratuidad, la del robo de guante más o menos blanco, la del acto impune. Los taxis clandestinos y los apartamentos subprime, contratados por Internet o mediante cualquier otro sistema, son actos de pirateo contra la propiedad tangible e intangible: desde el trabajo cotidiano hasta el derecho al sueño.
Todos los argumentos que han esgrimido los internautas para justificar el robo de la propiedad intelectual se pueden esgrimir aquí uno por uno: la libertad de los particulares para establecer nuevas formas de contrato, la obligación de adaptarse a los tiempos por parte de los sectores envueltos en la polémica, la obviedad de que las circunstancias tecnológicas lo permitan, el beneficio que obtiene el consumidor ante los precios abusivos de los antiguos productos. Y tantas otras sandeces.
Ahora bien, me pregunto, ¿cuántos taxistas, cuántos propietarios de hoteles y pensiones, cuántos indignados vecinos de la Barceloneta, que han visto ahora cómo los atracaban con métodos distintos, piratean música, películas , libros, sin conciencia de estar atracando? Seguro que hay quien considera que mi razonamiento es una exageración, que estoy mezclando lo que no puede mezclarse. Sin embargo, creo que estamos hablando de fenómenos semejantes: el intrusismo pirata que se apropia, con distintas excusas, de lo ajeno.