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Manolo el del Bombo: el símbolo entrañable de la Selección

Manuel Cáceres regenta desde hace 25 años su bar-museo de Valencia, un recorrido por la historia del fútbol

Manolo el del Bombo: el símbolo entrañable de la Selección rober solsona

r. b. crespo

Entrar al bar de Manuel Cáceres es realizar un recorrido por la historia de la Selección Española de fútbol, además de un paseo por su vida. Un partido de la Roja no es el mismo sin el sonido inconfundible de su característico instrumento. Y él lo disfruta.

Aunque nació en Ciudad Real, es valenciano más que de adopción. No es un vecino cualquiera, se ha convertido en un símbolo entrañable. Es Manolo el del Bombo.

Cuando tenía siete años se fue a Huesca, donde empezó a seguir al Zaragoza y a otros equipos locales. En 1976 comenzó a hacerlo con la Selección Española y su primer partido como visitante con España fue en Chipre en el 79. «La gente me decía que si estaba loco, y es normal, coger un bombo e irte por todo el mundo es para estarlo». Pero le daba igual porque se lo pasaba bien.

En el mundial del 82 llegó a hacer más de 15.000 kilómetros en autostop. Al finalizar, de camino a Barcelona para buscar trabajo, le recogió una ambulancia que llevaba a un fallecido y le trajo hasta Valencia, donde empezó a trabajar hasta que decidió comprar el local que regenta desde hace 25 años.

«El negocio va tirando. Abro los fines de semana y algún día entre semana, no todos. Se nota la crisis, pero más o menos va bien. Ahora nadie se hace rico, trabaja para comer y para pagar. Pero yo soy muy feliz siguiendo a mi Selección, lo es todo para mí», indica.

Con alrededor de 40 años siguiendo a la Roja, ha estado en nueve mundiales (también en Eurocopas, partidos de clasificación o amistosos) y ha viajado por todo el mundo (México, Italia, EEUU…). «Al principio yo me pagaba hasta los viajes, pero ahora la Federación permite que vaya en el mismo avión que los jugadores», comenta.

Aunque no todo es color de rosa en su vida (ha perdido a su familia y sus negocios por el fútbol), Manuel está «orgulloso» y «haría lo mismo si volviera a nacer».

Tal vez contribuya a ello el cariño de la gente que está a su alrededor. Rara vez el bar está vacío: desde turistas que se asoman para ver el museo deportivo, hasta aficionados muy jóvenes que aprovechan la salida del colegio para tomar algo. Todos quieren una foto con él.

Los fines de semana pocos se pierden los partidos en el establecimiento, situado en las inmediaciones del Mestalla. Aunque las ordenanzas municipales también le dan dolores de cabeza, sobre todo la que no le permite colocar las pantallas de cara a la terraza. «Entiendo la norma, porque el ruido molesta a los vecinos y además la gente a veces es muy irrespetuosa, pero lo que no puede ser es que unos cumplamos y otros no», afirma.

Sin embargo, ni estas pequeñas batallas ni los problemas de salud le quitan la ilusión de su vida: ser el jugador número 12 de la Selección.

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