Rossi, explícaselo tú

El carbón, que tan negro se lo puso a los populares en Castilla y León en las pasadas elecciones -y lo que te rondaré, morena-, debería ser el protagonista de esta columna. El 20 de diciembre seguirá ahí, en la mente de muchos leoneses y asturianos, y lo que puede ser más determinante, en su intención de voto. Pero hete aquí que el carbón tendrá que esperar.

Ayer por la mañana, mientras nos disponíamos a preparar la comida, dos pilotos de motos libraban una batalla encarnizada. Aunque uno no sea muy aficionado, la pugna tenía el suficiente interés como para que, entre cebolla pochada y un toque de perejil, los ojos nos viajaran de vez en cuando a la pantalla. Quien subscribe compartía escenario con un pequeño de apenas 8 años, que también disfrutaba del espectáculo. Disfrutaba y mucho, hasta que uno de aquellos jinetes multicolor propinó una patada al otro, y cabalgadura y cabalgante terminaron besando el suelo.

La reacción del pequeño Fernando fue inmediata: ¡tarjeta roja!, grito movido -supongo que también indignado- por la acción de todo un campeonísimo como Valentino Rossi sobre Marc Márquez. Personalmente estaba seguro de que Rossi sería descalificado ipso facto, como bien merecía tan sucia y descarada acción. Pero para sopresa e incredulidad nuestra, el piloto italiano siguió disputando la carrera y acabó tercero, en el podio. Y ahí es donde mis argumentos sobre el juego limpio, sobre respetar al contrario siempre, sobre el castigo que toda mala acción acarrea, sobre la importancia de saber perder, pero sobre todo, de saber ganar, se esfumaron cual humo de Yamaha. El pequeño Fernando no entendía nada, y un servidor tampoco era capaz de explicarle ni el hecho ni mucho menos el proceder de los jueces de la carrera. Quizá deberían venir ellos y explicárselo; o mejor, que venga Rossi y lo haga. Y que para algunos Rossi fuera un ídolo...