corazón de león

García-Alix

vicente ángel Pérez

Hace diez años, cuando la España del gobierno de Zapatero vivía en el limbo, llegó a León el Musac, o sea, el Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, como un regalo del político leonés rescatado de las aguas del Pisuerga, a sus paisanos de adopción. Y, al tiempo, la Junta de Castilla y León, apaciguaba las quejas leonesas sobre el favoritismo del que se beneficiaba Valladolid desde el «invento» de las comunidades. Era la época del derroche, el de la barra libre, y, como se sabe, café para todos, puentes de Calatrava para todos y Guggenheim para todos.

Cumple diez años el Musac, aunque parezca que en León lleva una eternidad, como esos paisajes que una vez vistos por primera vez nadie, salvo algún turista guiado por internet, vuelve a levantar la cabeza al caminar ante ellos. En este tiempo, el museo ha sido una ruina, por decirlo pronto y claro. Desde su creación han pasado directores, gestores, comisarios, artistas, que no han sabido enderezar el rumbo de una nave que, según su primer director, Rafael Doctor, iba a acoger el «arte del futuro». Doctor duró en el cargo lo que sus exposiciones o «instalaciones» en el museo. El afán por imitar al Guggenheim se chafó al instante.

Por fortuna, el Musac ha decidido que quien apague las velas de su décimo cumpleaños sea alguien a quien aún le quedan pulmones e hígado para insuflar oxígeno al confuso e incierto rumbo de la pinacoteca leonesa. Alberto García-Alix es uno de los mayores fotógrafos españoles del último medio siglo. Ronda los sesenta, pero desde la adolescencia se armó de una moto y de una cámara fotográfica para recorrer el mundo de la fotografía, que es el mundo que sólo ellos, quienes están tras el objetivo, son capaces de ver. García-Alix expone ahora, por fin, en el Musac, y da sentido y esencia a este museo que iba a la deriva.

Alberto García-Alix nació en León porque su padre, oftalmólogo, se instaló allí para ejercer su profesión. Su madre era licenciada de Historia del Arte y, como es comprensible, el niño, que luego resultó rebelde con causa, estudió en los Maristas que, por entonces, en los 60, era, junto al de los Jesuitas, el colegio más elitista de la capital. Recuerda García-Alix que los curas (en este caso hermanos maristas) le criticaban el peinado estilo «Beatles» que su moderna madre le hacía. Incluso alguno hubo que lo llamó «nenaza» y le tiraba de las patillas. Nada grave, comenta García-Alix, ningún trauma de entonces. El resto, su peregrinaje por la vida y por el abismo de la muerte fue cosa suya, de su libertad y de su afán por apurar la vida a través de una cámara fotográfica y a la velocidad de una moto. Hoy el Musac puede felicitarse de tener a un genio celebrando sus diez turbulentos años de vida.

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