entrevista a charo lópez
«Desde que comencé como actriz siempre he sentido que había igualdad»
La artista salmantina se mete en la piel de La Celestina en «Ojos del agua», montaje que llega al Teatro Calderón de Valladolid este fin de semana
Charo López tenía ganas de trabajar con Álvaro Tato y el dramaturgo respondió a sus deseos creando un personaje a su medida . El resultado es «Ojos del agua», un montaje en el que la actriz salmantina se mete en la piel de La Celestina, un personaje «muy humano» con quien conecta -dice- «en su forma de vivir y en la enorme pulsión que siente por todo». Este fin de semana recala en el Teatro Calderón de Valladolid.
-Cuenta el dramaturgo Álvaro Tato que fue usted quien le llamó. ¿Tenía claro que el siguiente proyecto en el que quería volcarse debía estar relacionado con La Celestina?
-Me encontré con Álvaro un día que venía de ver «En un lugar del Quijote» (también, de Ron Lalá) y le hablé de que me gustaría mucho trabajar con él. Entonces yo acababa de llegar de Argentina, nos pusimos hablar de la vida y de ahí, salió «Ojos de agua».
-¿Qué le atraía del personaje?
-Cuando hablé con Álvaro Tato él me decía que creía que había que hacer una versión de La Celestina casi actual, y yo le dije pues muy bien. De la Celestina lo que me atrajo es que era un personaje contradictorio, potente, fresco, hondo, en definitiva... «Ojos del agua» está inspirado en uno de los personajes más importantes de la literatura universal.
-¿Es la primera vez que interpreta un texto de La Celestina?
-Sí, es la primera vez.
-¿Y qué considera que tiene vigente?
-¡No hay nada que no sea vigente! Álvaro hace siempre un esfuerzo para atraer la literatura clásica al público y ese encuentro es lo que hace que sea fantástico el ejercicio que hacemos.
-La puesta en escena se presenta sin adornos. ¿Supone un reto cargar con todo el peso de la función?
-Tiene, quizá, una sola dificultad. Durante el montaje yo no hablo latín, pero tampoco la lengua romance que hoy es el castellano. Hablo un castellano medieval a ratos, pero actualizado de forma que llegue al público lo más claramente posible. Esto suponía un reto y un esfuerzo porque, a veces, textos como este monólogo en el que me dirijo al público se prestan a poder interpretar con cierta soltura y, sin embargo, en esta obra me tengo que sujetar al texto porque si modificaba un verbo tenía que cambiar la frase entera, pero eso es lo que le da belleza y enorme originalidad.
-¿Qué le ha aportado trabajar bajo la dirección de Yayo Cáceres?
-Es un director de enorme exigencia y tiene algo que valoro mucho: no llega a ensayar con la escena preconcebida. Él se apoya mucho en el estado de ánimo que tenemos los actores, en cómo ve la situación, en la química que en ese momento estamos haciendo...
-¿Ha encontrado puntos en común con un personaje que combina crudeza, humor...?
-En lo que tiene de humano conecto con todo, pero en realidad es un personaje que tiene encima cinco siglos y es difícil. Es una persona que se dedica a comprar y vender prostitutas, coser virgos, intermediar entre los amores de los jóvenes... y hoy todo eso es imposible. Pero claro que sí conecto con su alegría de vivir, la pulsión enorme que siente por todo; en lo generosa, egoísta, astuta que es... Conecto en cosas que tienen que ver con lo humano porque la Celestina es un personaje que es tan humano como cualquiera de los de hoy.
-Es un personaje, también, que reivindica el poder femenino. ¿Cómo se ha avanzado desde que usted comenzó en la escena el reconocimiento a las actrices?
-Pertenezco a una profesión en la que no hay diferencia de trato entre hombres y mujeres; cobramos igual y sufrimos y gozamos de las mismas cosas. Entonces ni ha evolucionado ni tenía porqué. Desde que entré en esta profesión siempre he sentido que había igualdad de oportunidades y me he sentido muy bien tratada por mis compañeros.
-Dice Yayo Cáceres que «Ojos de agua» son mitad agua de llanto y mitad agua de risa. ¿Le fue difícil encontrar el equilibrio entre ambas emociones de cara al espectador?
-No. En la primera parte rememoro unas cosas, estoy más vital, contando a las monjitas del convento mis hazañas; y en la segunda, es donde comienzo a hablar del final de la vida, otro sentimiento, pero es cuestión de ir dando los pasos con el personaje de la mano, queriéndolo mucho y viendo también como respira el público para que el cambio lo hagamos todos.
-¿Y el público, cómo está respondiendo hasta la fecha?
-Muy bien. Se interesa mucho por esta historia y se produce una verdadera comunión.
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